Mosquera, Cundinamarca, 21 de febrero de 2023.
Un saludo muy especial a los campesinos y campesinas del municipio de Mosquera y a todos los demás campesinados, campesinos y campesinas de los municipios de Colombia que nos acompañan.
Embajadora de los Estados Unidos mexicanos, Patricia Ruiz Anchondo; gobernador de Cundinamarca, Nicolas García Bustos; alcalde del municipio de Mosquera y presidente de la Federación Colombiana de Municipios, Gian Carlo Gerometta; director General del Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), Jorge Eduardo Londoño Ulloa; funcionarios del Gobierno Nacional que me acompañan; congresistas de la República; mandos Regionales de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional.
Alcaldesa y alcaldes municipales; representantes de organismos internacionales; representantes de las entidades gremiales nacionales, empresariales y financieras; directivos y funcionarios, comunidad académica y estudiantil del Sena; lideresas, líderes, autoridades étnicas; presidentes, integrantes de las asociaciones, corporaciones y fundaciones presentes; medios de comunicación; y, en general, a toda la ciudadanía que hoy nos acompañan.
Indudablemente el tema agrario es un tema que ha acompañado a la historia de Colombia; para bien y para mal. Es en lo que alguien llamaría la ‘Cuestión Rural’ en donde se ha desarrollado la violencia durante décadas, casi siglos.
Hay algo que no se ha hecho bien, indudablemente, en la sociedad colombiana y en su historia: si miramos la composición, la tenencia de la tierra -que es un tema central, olvidado por todos los Gobiernos, prácticamente desde Carlos Lleras Restrepo, que tocó este tema-, la tenencia de la tierra es absolutamente irracional en Colombia.
Nuestras más o menos quince a veinte millones de hectáreas fértiles, donde deberían cultivarse los campos, están dedicadas a un pastoreo extensivo, prácticamente a nada. Improductivas, en manos de un sector social -que en realidad viene del feudalismo, de la premodernidad-, que no ha sido posible que suelte la tierra sino que ha sido transformada en algo peor: la ocupación narcotraficante de la tierra.
El despojo masivo de campesinos, la violencia casi que ‘incalculada’ de la década de los 90 y principios del Siglo que se ha ‘medio detenido’ -‘medio’ porque todavía continúa en realidad en muchas regiones del país-, gracias a que se ha hablado de paz, a que se han firmado acuerdos… Una vez firmados, desbaratados, casi en los días siguientes.
El primer punto del Acuerdo de Paz con las Farc -que me parece que no ha sido leída bien por la sociedad colombiana, que no lo han informado, que no nos analizan qué significa, lo invisibilizan, lo ocultan- dice que se entregarán tres (3) millones de hectáreas de tierras a campesinas y campesinos. Del total de veinte millones (de hectáreas fértiles, tres) no es mucho; es una séptima parte del cambio de la tenencia de la tierra que debería haber en Colombia. Y que se titularán siete millones de hectáreas, allí, donde actualmente están los campesinos y campesinas. Yo no he entendido por qué la prensa de Colombia no analiza si se está cumpliendo ese punto del Acuerdo de Paz o no.
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Porque cuando llegué a las oficinas del Palacio de Nariño y me pregunté, bueno: ¿Qué hizo el Gobierno (anterior) para repartir la tierra y cumplir con ese primer punto del Acuerdo? Me encontré con una estadística: sólo se entregaron 17.000 hectáreas; de tres millones sólo entregaron 17.000.
Claro. La sociedad puede decir: ‘ese es un acuerdo con las Farc, No nos interesa. Es el compromiso del Estado para construir la Paz. No tanto es el compromiso del Estado con las Farc, sino con la sociedad, porque este es un tema de la sociedad. Si es que, a partir de esa aberrante, mala e irracional distribución de la tierra es que hemos tenido violencia; no solamente de las Farc sino desde antes.
Los que leen por ahí, -y la historia la prohibieron y le he pedido al director de Planeación que en el Plan Nacional de Desarrollo incluya el que se comience a impartir en los colegios de Colombia la historia de Colombia y las artes y músicas y los deportes que han quitado-. Pues en esa historia de Colombia, quienes quieran releerla, encontrarán que antes de la violencia actual ya había una violencia. Y era rural; de campesinos liberales, en ese momento, que no querían que el Estado los asesinara. Y si uno va más atrás, encuentra otra y otra. Es decir, la desigualdad en función de la tierra ha acompañado y es la causa de la violencia en Colombia.
Luego. Si no resolvemos ese problema no vamos a resolver el problema de la Paz del país. A veces desde una ciudad, a veces desde la misma Mosquera, alcalde, nos vamos volviendo tan urbanos que creemos que no se necesita del campo y, resulta que todavía la tercera parte de nuestra población es agraria. Y resulta que más de la mitad de nuestra economía está relacionada con lo que se produce en el campo.
Que hay una inmensa cantidad, millones de puestos de trabajo que dependen de que se produzca en el campo. Ante las circunstancias actuales de aumento del desempleo, de crisis económica mundial y de crisis del hambre a escala mundial -que no se conocía desde hacía mucho tiempo-, cultivar los campos se vuelve imprescindible, se vuelve fundamental ¿Y cómo cultivar los campos de Colombia si quienes tienen la tierra no quieren cultivarla? Y, en cambio, quienes quisieran cultivarla no tienen tierra. Es la realidad de nuestro país.
Pues un Estado debería llevar a que quienes quieren cultivar la tierra puedan cultivarla. Que no solamente necesitan de tierra, como todo el mundo aquí sabe, sino de un crédito de asistencia, de la compañía del Estado. Que la historia de Colombia se vuelve pacífica y se construye una gran nación, si hay una alianza entre el Estado y el campesinado.
¿Qué es lo que hemos tenido hasta ahora en realidad? Una especie de guerra del Estado contra el campesino. Por una y mil razones. Desde que a alguien se le ocurrió bombardear una cooperativa siendo Presidente de la República, una cooperativa campesina, no hay sino guerras en los campos.
¿Quién dijo que ser cooperativista era sinónimo de ser enemigo interno y que, entonces, había que bombardear las cooperativas agrarias? Pero así -hace décadas, no habíamos nacido la mayoría de nosotros-, comenzó la guerra en Colombia.
Y, entonces ¿por qué no dar un viraje? Es mi pregunta ¿Por qué? Si sabemos que durante dos siglos éste ha sido un problema fundamental que se ha vuelto complejo en el mundo contemporáneo porque causas como éstas son las que determinan el crecimiento del narcotráfico, la producción de economías ilegales en general del oro o de la pequeña minería. Y, entonces, terminamos bajo una especie de totalitarismo de zonas selváticas que deberían tener selva y terminan arrasadas por los incendios que produce el mismo ser humano para meter ganado de contrabando y así poder lavar dólares.
Entonces, nuestra selva va siendo aniquilada o nuestro campesinado que casi que se ha acostumbrado a vivir en los páramos -como me tocó verlo en la reunión de Málaga, en Santander-, que se ha acostumbrado a estar en las malas tierras, en las pendientes, en donde los derrumbes arrasan. Como nos tocó verlo también, por ejemplo, en Rosas, Cauca. Un campesinado que no tiene la tierra fértil, al que le es difícil producir ¿Cómo se mete una máquina en una alta pendiente del Tolima?
Más aún ¿cómo en las zonas de colonización a donde fueron llevados por una política pública del Estado? El mismo Estado colombiano llevó al campesinado a la selva, allá en el Caquetá y lo hizo para evadir hacer la reforma agraria donde la tierra era fértil.
Y, entonces, el campesinado luchando contra la selva en un desequilibrio que hoy sabemos, sería un desequilibrio de la vida de la humanidad. Sí. La selva se acaba. Mientras las tierras fértiles del país, las que están cerca de las grandes ciudades, con carreteras pavimentadas, no tienen producción. O si no, tomen la carretera por el Magdalena medio y lo verán por todas partes: una tierra fértil sin producción.
¿En manos de quién están? Pues de quien se apropió del Magdalena Medio ¿Con ayuda de quién? y ¿para qué? Para aumentar la desigualdad social en Colombia.
La propuesta que hemos hecho de un Pacto, de un Pacto Social, que es en el fondo el verdadero Acuerdo de Paz, porque la Paz realmente no se hace con grupos armados. No está allí su esencia. La paz se hace entre la sociedad misma. Si la sociedad misma no hace la paz, no habrá posibilidades de acabar la violencia y la guerra; y una parte fundamental de ese pacto por la paz, de ese pacto social, es la distribución de la tierra.
Una agremiación muy poderosa, que congrega muchas de estas personas que concentran la tierra en Colombia, ha propuesto públicamente venderle al Estado cinco millones de hectáreas, es decir cumplir con el Acuerdo de Paz firmado entre Santos y las partes
Ya nos reuniremos el lunes, creo, con la dirigencia de esta agremiación para saber en qué va la propuesta. Porque ya han pasado varios meses. De esa propuesta depende una construcción que a mí me parece bien importante, porque en ninguno de los momentos históricos del país ha habido un ofrecimiento de esa magnitud.
Triste sería que no fuera cierto. Nunca, jamás, quienes han tenido la tierra la han ofrecido; a pesar de que en algunos momentos los Gobiernos han tenido leyes e instrumentos para comprarla.
La Ley, ya no me acuerdo los números, pero, la primera fue la Ley 200, Ley de Tierras que en 1936 por ejemplo, a mí me tocó estudiarla en la universidad. Era un intento de reforma para modernizar el campo colombiano y fue hundida a sangre. Ahí comenzaron las masacres.
Y después, con (los ex presidentes) Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo hubo otro intento. Ahí se creó el Incora, por ejemplo, y mucha de la institucionalidad agraria que después, en los gobiernos neoliberales a partir del año 1993, acabaron.
Yo les preguntaría a los funcionarios de aquella época, a los ministros y al Presidente ‘¡Oiga! ¿No le entregaron el campo al narcotráfico, al acabar toda esa institucionalidad que existía –y que, supongo, que tenía sus problemas pero que había que mejorar-, como del Idema, el Dri, recuerdo, el Incora, la Caja Agraria, que la transformaron en un banco?
¿Acaso, el acabar esa institucionalidad no le entregaron el campo al narcotráfico y a la violencia? ¿Por qué ahora me dicen que construir sobre lo construido? Y allí no construyeron sobre lo construido. ¿Por qué sólo se puede construir sobre construido cuando es negocios de ricos? Y, en cambio, cuando es negocios de pobres, destruye.
¿No es esa la lógica que quieren indicar? Porque allí no había que construir sobre lo que había en el campo colombiano ¡era lo lógico! Yo estoy absolutamente convencido de que, por ese camino, perseverando con los esfuerzos que siempre hay que hacer, no seríamos un país narcotraficante y no seríamos un país violento. Seríamos un país industrializado y democrático. Porque el agro implica la industria. No hay industria sin agro.
Aquí el director del Sena nos lo dijo en su discurso: ‘si la máquina se lleva es posible’. Al meter la máquina en el agro, eso se llama industrializar. Que el campesino y la campesina asociativamente sean dueñas y dueños de la máquina, es fundamental, porque crece el valor agregado y, por tanto, crece la riqueza en la familia campesina. Y si crece la riqueza en la familia campesina en Colombia hay paz. No es muy difícil entenderlo.
Pero Colombia le ha sacado el cuerpo a esto que se llama el problema agrario en Colombia. Le ha sacado el cuerpo porque se ha arrodillado buena parte de la sociedad política, a los tenedores de la tierra improductiva. Les da miedo porque han respondido con violencia. Y porque en el fondo es que esa violencia tiene un origen: el narcotráfico, que ha comprado buena parte del Estado colombiano; de todas las instituciones: civiles y uniformadas. Y así, con un Estado ‘medio comprado’ pues es difícil hacer las reformas.
Esa propuesta de Fedegan (Federación Colombiana de Ganaderos) -que así se llama la agremiación- ¡ojalá se cumpla! Es para ya; no es para dentro de veinte años. Si hay un ofrecimiento es porque hay un convencimiento de que el camino que lleva el agro de Colombia no es sostenible, que de nada sirve tener tierra –como sucede en los Estados Unidos: solo hay que pagar impuestos y uno tiene tierra allá- sino que la tesis es producir más.
Producir más ellos y producir más el campesinado pues, tenemos una solución. Tenemos una posibilidad de camino, que yo espero que no se cierre, simplemente porque era un engaño más.
Aún, así, el Estado debe coger el toro por los cuernos ¡Me disculpan esa frase taurina! ¡Toca! El Estado, entonces, tiene que hacer una reforma agraria sin temor. Hay que cumplir con el primer punto del Acuerdo de Paz porque de esa manera es que le podemos decir a los demás grupos armados que andan por ahí -de todos los pelambres y de todas las siglas del abecedario-, que nosotros cumplimos, que el Estado cumple. Que se acabó esa historia en donde el Estado traiciona y mata al que acuerda la paz con él. Un Estado que cumpla es un Estado confiable y seguro.
Aquí me parece que hay un esfuerzo obviamente, interesante y parcial. Porque el problema es integral. Si usted se mueve, pero, lo otro no se mueve, terminamos cojeando.
El Sena indudablemente es una institución del saber. Me tocó como joven congresista defenderlo muchas veces. Había esa idea de destruir instituciones que sirvieran al pueblo. Había la idea de que el Sena no siguiera. La misma gente del Sena luchó mucho y muchas veces triunfó. Y hoy el Sena está aquí entre nosotros. Obviamente los tiempos han cambiado y hay que dar esa discusión. Ahora ¿cuál es el papel del Sena?
Hemos hablado con el Director: ‘Hombre, si el Sena está en La Guajira pues tiene que enseñarle al indígena Wayuu, a la juventud, empezando por allí, indígena, la energía limpia.
Porque ¿cómo así que tienen el potencial de las energías limpias y no logran captar la riqueza sobre la que están porque, fueron acostumbrados más al petróleo y a las regalías, que no dejaron riquezas en La Guajira y, al hambre de una región que ha sido saqueada por la clase política una y otra vez?
Para ello hay que aprenderla. No las conocíamos hace 30 años. Para ello, entonces, el Sena tiene que desarrollar una línea de aprendizaje de la sociedad colombiana, que tiene que ver con la generación de energías limpias.
En mucha parte de nuestro territorio, no en todas. Quizás cuando vivimos en medio de las nubes, no es tan fácil. Ni en el Pacífico. Pero cuando vivimos bajo el sol, tenemos energía. No hay que esperar el cable, no hay que esperar la interconexión. Sólo hay que poner los páneles. Si el Estado ayuda, tendríamos energía en el campo colombiano a partir del sol.
Y ese es un programa que el Gobierno debe incentivar. Hasta ahora somos marginales en ese tema, pero las tierras de Córdoba, de Sucre, de Bolívar, del Magdalena, del Cesar, de La Guajira, del altiplano, sobre todo la zona industrial de Boyacá, la altillanura colombiana, entre otras regiones, el Desierto de La Tatacoa, del valle del Magdalena, al norte del Huila… todas son propicias para que podamos tener energías limpias.
El campesinado debe saber de las energías limpias; de la posibilidad de usar abonos sin petróleo, que está explorando el Sena incluso con la hoja de Coca. Si podemos usar la hoja de coca para hacer abono sin petróleo, pues le compramos a los campesinos las cosechas para hacer abono en grandes factorías.
No necesitamos fumigarlos. Necesitamos algún dinerito para poner las plantas que el Estado tiene. Lo que pasa es que les da miedo. Les da miedo decirle a los gringos: ‘oiga, esto no se soluciona fumigando; esto se soluciona pacíficamente con el campesinado, buscando opciones económicas’.
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Indudablemente, el campesinado puede tener energías limpias e indudablemente el campesinado puede tener comunidades de conectividad.
Mire. Un joven campesino no se queda en su tierra si no puede usar esto. Eso hace 30 años no lo conocíamos, pero la juventud campesina puede quedarse en su tierra si tiene conectividad y tiene posibilidad de estudio. Nos han dicho que esto no puede tenerse si no hay una red de servicios de no sé qué empresa, la cual hay que pagarle. Y pagarle el internet va saliendo caro, pero resulta que no es tan cierto.
Si uno va a Caldono, a su parte rural, hay comunidades de conectividad. El campesinado puede tener comunidades de conectividad tendiendo la fibra óptica, como en antaño se hizo con los tubos del agua. Se podrían tener programas si el Estado contrata a las organizaciones de Acción Comunal veredal, a la asociación campesina, a la asociación indígena, para atender comunidades de conectividad y llevar el internet al hogar campesino, a la escuela campesina.
Y si uno tiene energías limpias y conectividad; si uno puede mirar al mundo a través de esto; abrir las páginas de compras de cosecha de la Bolsa de París, organizando a la sociedad, saltando a los intermediarios, incluso la práctica pre moderna de la instructora rural Colombia, nosotros impulsamos al campesinado hacía la riqueza.
Pero el Estado tiene que dar el paso más audaz.
Si Fedegan cumple su palabra y tenemos los recursos en el presupuesto para comprar la tierra ya, y que todo este Gobierno se dedique los siguientes años a esto, podemos hacer una reforma agraria y podemos poner al campesinado como sujeto de derechos. Esta es la nueva economía del Siglo XXI, que ya no es entregar un azadón sino entregar la conectividad, la energía limpia.
Yo estoy convencido de que hacemos la reforma agraria que la historia de Colombia no pudo hacer. Es el momento y eso es sinónimo de la Paz. Así que bienvenido el CampoSena, el Sena de los campesinos y las campesinas, el Sena del campesinado dentro de la decisión irreversible del Gobierno colombiano de hacer una reforma agraria en Colombia.
Muchas gracias.
(Fin/epr/dlg/agp/gbf/cs)