Bogotá, 6 de febrero de 2023.
Representantes de las etnias indígenas, comunidades afrocolombianas y raizales, jóvenes líderes y lideresas que se movilizaron desde diferentes lugares del país a este lugar
Primera Dama de la Nación, Verónica Alcocer
Vicepresidenta de la República de Colombia, Francia Elena Márquez Mina
Presidente del Congreso de la República, Roy Leonardo Barreras Montealegre
Presidente de la Cámara de Representantes, David Ricardo Racero
Ministro del Interior, Alfonso Prada Gil
Ministro de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Ocampo
Director del Departamento Nacional de Planeación, Jorge Iván González
Jefe de Despacho Presidencial, Laura Camila Sarabia
Director del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República, DAPRE, y Secretario General, Óscar Mauricio Lizcano
Ministras, ministros y funcionarios del Gobierno Nacional
Congresistas de la República aquí presentes
Funcionarios y colaboradores del Ministerio de Hacienda y Crédito Público, y del Departamento Nacional de Planeación
David Kawooq, autor de la canción oficial -aquí presente también-, del Plan Nacional de Desarrollo y el grupo musical Alto Grado
Y, en general a toda la comunidad que aquí nos acompaña en este lugar que viene a ser uno de los lugares más hermosos de Bogotá
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Lo abrimos al pueblo, estaba cerrado. No es solamente un gesto de apertura de una calle para ver unos palacios que son los palacios del poder, sino que es también un gesto simbólico en función de mostrar que las instituciones de Colombia, que su Estado, que las decisiones públicas -llámense leyes, llámense decretos-, son del pueblo, son para el pueblo; están pensadas alrededor de una palabra que, a veces, suena abstracta: el pueblo. El pueblo es la gente de los territorios, los que están al lado de una quebrada, de un río. De pronto aún, en medio de la inundación, que ya baja su fuerza.
El pueblo que trabaja, el que estudia, el que se sube al bus a estas horas del día; el que sufre las inclemencias. Algunos que tienen hambre, otros, todos, quizás esperanzas.
Los colombianos y las colombianas que pasan por esa calle simbólica, al mirar las instituciones, pero no simplemente para observarlas, sino en cierta forma para tenerlas, para que sean su propiedad. Ni más ni menos esa es la definición de democracia.
¿Quién es el propietario de estos palacios que nos rodean, de estos espacios, de estas decisiones que se toman? El propietario es el pueblo. Eso se llama una democracia.
Hoy las angustias por la situación económica que, indudablemente, en el mundo no es buena -en medio de unas circunstancias de guerra, de naciones que se hablan a través de las armas, que están a punto de desatar, incluso, una conflagración mundial como si ya no nos hubiéramos cansado de las que hubo, que habla en tonalidades guerreras-, hoy, desde este país, nosotros queremos hablar en tonalidades de paz.
Es desde Colombia donde salen los mensajes paz, no desde el mundo. Y esas circunstancias yo creo que deben llevarnos a una reflexión: del mundo viene la guerra, del mundo viene la crisis económica, del mundo viene la inflación de los alimentos, pero nos han vulnerado. No hemos resistido mucho a esas circunstancias negativas porque los modelos económicos, decisiones tomadas en el pasado, nos volvieron vulnerables.
Porque el maíz lo importamos y no lo producimos. Eso nos volvió vulnerables. Ese maíz de los indígenas, ese maíz que quizás fue un ser humano -una mujer, he dicho- que paseaba por estas tierras, quizás en el Caribe; allá junto al río Sinú, descubrió por primera vez cómo era el alimento preferido de muchos animales y decidió que podía ser el de los seres humanos y descubrió, para la humanidad, el maíz.
Ese maíz lo importamos, ya no lo producimos. ¿Qué condujo a Colombia a dejar de producir el maíz, el alimento y a importarlo? Políticas, decisiones que no tenían que ver con el pueblo, que tenían que ver con los negocios, con ideas fundamentalistas, con ideologías que hoy se entierran ante la realidad de los pueblos del mundo.
Hoy necesitamos producir maíz. Hoy necesitamos acabar el hambre de Colombia, no suplicando fuera de nuestras fronteras, sino sabiendo de nuevo hacer el surco en la tierra y producir los alimentos. Parte de este cambio que significa producir, producir que es la base de la riqueza, es lo que está consignado en ese Plan Nacional de Desarrollo.
¿Cómo Colombia se vuelve, de nuevo, una sociedad productiva y, por tanto, rica? Alguien dirá “pero con esta hambre andando por las calles, por los pueblos, en la vereda, ¿cómo podemos volvernos una sociedad rica?” Y hay caminos que otros pueblos han andado, que nos pueden mostrar en su historia.
Indudablemente tenemos que coger las circunstancias actuales, que nos inundan de problemas económicos. Le hemos apostado en un proyecto de ley que ya se discutirá en unos días en el Congreso de la República, a que sea la economía popular. A que a través del crédito que salga del presupuesto nacional para irrigar eso que llamamos ‘economía popular’, que es la de San Victorino, que es la que llega a las calles, que es la del campesino, que es la de la señora microempresaria, que es la del cooperativista, que es la del rebusque.
Preguntaban por ahí en las redes algunas de estas intelectualidades, “¿y qué significa la economía popular para el Gobierno del Cambio?”, pues, la mitad de la población colombiana conducida, casi que obligada, al rebusque. Es ahí donde creemos que podemos construir una potencialidad económica de Colombia si la empoderamos, si le damos poder, poder en términos de capital de crédito, poder en términos de espacio, de tierra. Tierra para el campesino, sí, pero fibra óptica para toda la población que es la nueva tierra del Siglo XIX. Sí le damos poder en los saberes, en la educación.
Es así como podemos reactivarnos económicamente y de manera permanente. Al combinar, como en un sancocho, ese capital que se puede entregar, esos espacios y esos saberes, es que sale una sociedad rica. La sociedad rica no es la que se mata entre sí como nos han convocado en las últimas décadas. Esa es una sociedad pobre y re-pobre. La sociedad rica es la que amplía los espacios del conocimiento, es la que amplía los espacios para producir, es la que amplía los espacios en donde el capital no sea para diez personas sino para millones de colombianos y colombianas.
Esa estrategia de reactivación la verán en el Proyecto de Ley de Adición Presupuestal y la verán de manera muchísimo más profunda en este Plan Nacional de Desarrollo. Aquí se habla de una Potencia Mundial de la Vida; de cómo volver a Colombia una aliada soberana y profunda de la vida y de la existencia humana, de cómo dejar esos caminos donde Colombia era simplemente un cementerio, un campo de sangre y de gritos dolorosos, de personas que morían o desaparecían o eran torturadas o llevadas a las cárceles, en ese fratricidio perpetuo que ha sido la historia de la República.
¿Cómo construir lo contrario, una potencia mundial de la vida? Decía el presidente de la Cámara, (David) Racero, “como cambiar de época”. Sí. Se trata de cambiar de época. Lo que estamos aquí convocando es a un cambio real, no a un cambio simplemente en las palabras. Es difícil porque las inercias abundan desde el rincón en la esquina, hasta en las oficinas públicas, en el pensamiento humano, en los temores a tomar decisiones, a aventurarse en caminos que no se han caminado hasta ahora en la historia del Estado colombiano. Pero es necesario romper las inercias, es necesario que aquella frase del (ex presidente Julio César) Turbay que como me comentaba la ministra de Agricultura, Cecilia López, no se vuelva realidad hoy.
Decía Turbay Ayala que “los gobiernos de los presidentes no son sino la ejecución de los planes del presidente anterior”. O sea que a nosotros nos han condenado, si Turbay tuviese la razón, a hacer el plan de gobierno del presidente (Iván) Duque. Con su respeto, no queremos eso. Nosotros queremos cambiar y, por tanto, hay que romper la inercia; aventurarnos a lo nuevo en la administración pública y eso nuevo es gobernar con los movimientos sociales, con la gente, pegar el gabinete al territorio no dentro a estos palacios fríos, que se enfrían con estas brisas heladas, propias de este lugar -como una vez escribiera (Gabriel) García Márquez que debió haber sentido cómo el frio penetra hasta los huesos y así lo escribió en Cien Años de Soledad-. No. Es el Gobierno allá en el Catatumbo, en la Guajira, en Córdoba, en Leticia, en tantos caminos, que en estos meses ya hemos andado juntos o por separado y que ha convocado a 250.000 personas a hacer ese libro que hoy se le entrega al Congreso de la República.
Difícil que la opinión de 250.000 personas participando físicamente en asambleas, se traduzca en una Ley. Sabemos por ejemplo que se propusieron 230.000 kilómetros de vías campesinas, de vías terciarias como les llama el Congreso ¿Cuántas podremos hacer? Obviamente dependerá de los recursos que tengamos. Pero esa voz llegó ahí. A mí no me gustaría hacer cosas que no hubiera dicho la gente, porque de eso se trata la democracia.
Jorge Iván González, el director de (Departamento Nacional de) Planeación, pronunció la palabra ‘democracia participativa’ que es la gran construcción conceptual de la Constitución del 91.
Darnos el lujo de construir una ‘gran democracia participativa’, es decir, ‘permitirle a la gente que tenga poder’; es decir, decirle a la economía popular, por ejemplo, ‘empodérense con los recursos públicos’, ‘abramos la contratación’, está escrito en ese libro.
¿Quiénes se adueñan de la contratación pública de Colombia? Los mismos de siempre. Carteles, han aparecido las investigaciones: unos pocos que concentran billones de pesos que les entrega el Estado colombiano para hacer alguna u otra obra. Y muchas ni se hacen.
¿Y por qué no le entregamos también la contratación al campesino que produce los alimentos? y ¿por qué ese alimento no va en la región a los colegios que se atienden hoy a través del PAE? y en vez de ese Plan de Alimentación Escolar que controla un contratista tradicional -muchas veces con sanciones de corrupción-, ¿por qué el campesino no los lleva al colegio y el Estado permite comprarle esos alimentos?
Y entonces, si son billones de pesos, decenas de miles de millones de pesos en una región concreta, acaso eso -que sumado con el ICBF, por ejemplo, y a escala nacional con el Ministerio de Educación suma casi 20 billones de pesos- trasladado a la economía popular ¿no enriquecería a la gente que hoy está pobre? Parcialmente, claro. Sólo una acción del Estado, sólo un cambio de actitud, sólo unas normas y unas decisiones que piensan en la gente lo podrían lograr. Eso está escrito en ese libro que le entregamos a la Cámara, a través suya David (Racero, presidente de la Cámara de Representantes).
Podríamos hablar de muchísimos más temas. Ya la prensa los exculpará al máximo. Ya veremos sus artículos. Ya se abrirá el debate público. Ya temas, que quizás no sean los más importantes para nosotros, serán las primeras páginas mañana, pero de eso se trata el debate público.
Claro que aquí encontrarán temas que no vienen de las decisiones puras de nuestro pueblo. Ahí encontrarán temas como el hidrógeno verde, por ejemplo, como si Colombia sí pudiese estudiar en factibilidad la energía nuclear. por ejemplo; o si Colombia si pudiera tener una Agencia Nacional Aeronáutica… dirán que vamos a mandar a un colombiano a la luna. No. Vamos a construir, con otros países latinoamericanos, un sistema satelital que nos permita tener información. Encontraremos temas de esa magnitud y otros muy sencillos de cómo se le entrega tierra al campesino.
El primer proyecto y programa para que Colombia sea una Potencia Mundial de la Vida es que el campesinado pueda tener los espacios para cultivar alimentos. Es que así se disminuye el hambre en Colombia. Ahí hay una partida, que será en el presupuesto de este año, de cinco (5) billones de pesos, para comprar 400.000, 500.000 hectáreas, ojalá podamos, que son de grandes hacendados, que son tierras fértiles y pasarán a decenas de miles de familias campesinas. Yo a eso le llamo ‘Justicia Social’.
En el discurso de posesión hablamos de estos muchos temas que configuran la Justicia Social. Si llenamos el territorio nacional de sedes universitarias públicas, el Chocó, el Guainía, Arauca, La Guajira, el Pacífico colombiano afrodescendiente de sedes universitarias, claro que construimos Justicia Social. Eso se encontrará en ese libro.
El Congreso de la República dirá si lo aprobamos y si entonces le permitimos a las juventudes de Colombia la posibilidad del acceso al saber y a la frontera última del conocimiento humano en toda su diversidad. Y Justicia Ambiental también está escrita en esas páginas. ¿Burla sobre la ‘transición energética’? Pues allí encontramos cómo podríamos poner en los techos de las casas del Caribe y de las zonas de alta radiación solar, paneles solares. Cómo podríamos abrir el país a una inversión extranjera, quizás con otro criterio y carácter que la que hasta ahora ha habido en alguna porción de nuestra historia.
Aquí estamos hablando e invitando a los capitales extranjeros a construir la Red Férrea Nacional. Aquí estamos invitando a los capitales extranjeros a construir granjas solares y parques eólicos, con la enorme potencia que tiene Colombia de sol y de vientos para poderlo hacer.
Aquí estamos invitando al capital extranjero a hacer grandes plantas para producir hidrógeno verde que es la conjunción de la electrólisis del agua dulce con energías limpias. Lo podemos hacer en grande, podemos utilizar nuestros puertos para que los cargueros -que dejarán de cargar carbón, porque la humanidad tiene que separarse de los combustibles fósiles-, empiecen a reemplazarlo por los limpios, como el hidrógeno verde.
Desde el panel solar en una casa campesina hasta la gran factoría, quizás la más grande de América Latina -ojalá podamos- para producir hidrógeno verde, está contemplado en ese libro.
¿Cómo ordenar a Colombia alrededor del agua? ¿Cómo un invierno, que quizás los que siguen serán peores de los que hemos vivido si la crisis climática continúa, no nos matan a la gente? ¿Cómo es posible que aun repitiéndose las inundaciones en los mismos lugares siga muriendo gente? cuando lo que tenía que hacerse era reubicar a la población en zonas de bajo riesgo y no de alto.
¿Qué ha pasado en Colombia para que en diez años los pueblos no se reubiquen, las poblaciones campesinas no lo hagan, los barrios en las laderas peligrosas sigan ahí, cuando se sabe que el próximo invierno derrumbara la montaña e inundará los valles con el agua de los ríos crecidos, porque esa es la crisis climática? Bueno, ¿cómo hacerlo? está escrito en esas páginas que hoy ponemos a consideración del Congreso de la República.
Cuando nos posesionamos como el Gobierno del Cambio dijimos: “la Justicia Social y la Justicia Ambiental son la base para que Colombia sea una potencia de la vida”. Pues el Plan Nacional de Desarrollo que se llama ‘Colombia, Potencia Mundial de la Vida’ está constituido de una serie de páginas, de palabras y de artículos que las llenan, que se dedican a cómo construir Justicia Social y Justicia Ambiental en Colombia.
Se abre pues la discusión. En esta Colombia de bellezas, también la democracia es posible. Es más. Yo diría, “la belleza es más bella, si existe la democracia”. Ahora pasamos a la democracia representativa. Un tiempo. Ahora le toca a ustedes congresistas; hombres y mujeres de los diversos partidos, definir, e incluso impulsar, la posibilidad del gran acuerdo nacional.
Preguntaban por allí que ¿por qué me reúno con (el expresidente Álvaro) Uribe? Ya algunos maledicentes decían ¿y qué le va a ofrecer? o ¿qué le está ofreciendo? Yo estoy ofreciendo Paz. Un acuerdo nacional es necesario e imprescindible. Pero no es un acuerdo nacional para arrodillar al pueblo y hacer más negocios sobre la base del sacrificio popular. Es para que Colombia se enriquezca, pero toda, no unos pocos; es para que las reformas permitan que los derechos se garanticen hasta para el último colombiano.
Es que me puede ir a mí muy bien con mi sistema de salud, indudablemente. A mí me va bien, me han curado, me han salvado la vida, incluso en alguna oportunidad un médico me salvó en una prestigiosa IPS, no una EPS. No me puedo quejar de ello. El problema es que ‘mi ventaja’, ‘mi privilegio’, no ha sido el mismo privilegio de la madre, no ha sido el de la mujer embarazada allá en Leticia, ni en Chocó, no ha sido el del niño en La Guajira, no ha sido el del campesinado ni el de los pueblos que viven en los campos. Tampoco ha sido el de la gente en Ciudad Bolívar, no ha sido el de la gente en Siloé, ni el de la mayoría del pueblo caribeño. Y, entonces, porque yo tengo ‘el privilegio de tener una salud que quizás me salve’ ¿Tendríamos que tener un modelo de salud que excluya a los demás?
Lo mismo podría pensar de la pensión. Claro que yo puedo tener la pensión. Pero claro que la mayoría de la gente de mi edad, cuando llegue a la edad de pensionarse, no la tendrá ¿Qué hacemos? ¿Me encierro yo con mi privilegio? o ¿reformo las cosas de tal manera que los demás, en el momento adecuado, puedan garantizar su derecho? y ¿qué hacemos con el mundo laboral? ¿nos conformamos con esas hileras de mujeres firmando contratos (laborales) a tres meses, y de hombres también, sin saber si va a ver un nuevo contrato, si el año finalizará con la garantía del empleo, si el otro año no lo habrá y llegará el hambre, la inestabilidad? o ¿nos permitimos una reforma laboral en donde al trabajar, después de las 6 de la tarde, ya en la noche, haya una hora extra, o el sábado o el domingo o que por lo menos vuelva a revivirse el contrato a término indefinido que permita que las personas puedan hacer una vida con más tranquilidad y aportarle más productividad a la empresa -si es privada- o al Estado -si es el Estado- o a
la sociedad toda?
Pues mis privilegios no pueden ser la excusa para no permitir que la sociedad colombiana acceda a los derechos que están ordenados en la Constitución. Así que las reformas vienen en ese sentido. Y vienen, ojalá de la mano, ojalá de un pacto nacional, ojalá que ciclos y círculos de privilegiados no se cierren ante la ignominia, ante la desigualdad. Ojalá que seamos todos los colombianos y colombianas capaces de construir la paz, que la paz no es sola la de las armas, la paz es la de la sociedad. Así que buen viento y buena mar al Plan Nacional de Desarrollo y que el Congreso expida las posibilidades de una ‘Colombia, Potencia Mundial de la Vida’.
Gracias muy amables
(Fin/bur/cs)