“Yo soy aquí una especie de excepción histórica, de paréntesis, querrán algunos que pase y transcurra lo más rápido posible. Otros querremos que sea un cambio realmente de fase, de época, de era, en donde Colombia realmente se integre profundamente a la corriente de la lucha democrática y de su estabilización, una democracia profunda, multicolor, un país justo entre las naciones de la tierra”.
Nueva York, 11 de julio de 2024
Señor Jefe de Gabinete de las Naciones Unidas.
Firmante del Proceso de Paz, Diego Ferney Tovar.
Embajador Presidente del Consejo de Seguridad de Rusia, Vasily Nevensia.
Embajadora del Reino Unido Responsable del Archivo Colombia en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas ONU, Bárbara Woodward,
Representantes Permanentes y Miembros de los consejos actuales y anteriores.
Representante Especial del Secretario General y Jefe de la Misión de Verificación del Acuerdo de Paz en Colombia, Carlos Ruiz Macío.
Señores representantes de los órganos y agencias del Sistema de Naciones Unidas.
directores, ministros y funcionarios del Gobierno Nacional de Colombia.
El artista que elaboró el Monumento Kusikawsay –como se pronuncia, es saber y vida, sabiduría y vida en el lenguaje español– señor Mario Opazo.
medios de comunicación nacionales e internacionales.
Y en general, a todas y todos los asistentes a esta inauguración.
Ya me había correspondido hace un tiempo, casi a principios del gobierno, esta postura de un monumento que aquí quedará por décadas, y que por el sitio y lo que representa este sitio es una especie de patrimonio que queda de la historia, en la historia de la humanidad, de nuestra propia historia, Colombia, de nuestra historia contemporánea.
La historia republicana de Colombia, como muchos aquí saben, ha repetido una y otra vez, como los pescaditos de oro que hacía Aureliano Buendía Cien Años de Soledad, hacerlos para desbaratarlos, para hacerlos de nuevo, para volverlos a desbaratar, para poderlo hacer de una manera casi indefinida, como si en eso consistiera la vida.
En Colombia, en vez de pescaditos de oro que se hacen y se deshacen, hacemos y deshacemos violencias.
Deshacemos la violencia con la paz, pero inmediatamente surge la violencia de nuevo.
Pareciera una especie de mal permanente, de vicio cultural, un poco único dentro de las sociedades humanas que no lo son así a pesar de que muchas de ellas han vivido intensas épocas de violencia, incluso, superiores a la nuestra, pero que terminan y terminan definitivamente.
Este país nos puede dar una demostración de ello. No se entendió alguna vez alrededor de una de las materias más difíciles por las que ha pasado la humanidad, la existencia de la esclavitud, que también nosotros vivimos por las mismas razones, pero la liberación definitiva de la esclavitud –que les causó una guerra civil intensa,
de años–, pero que terminó.
Y que dejó después de ese final, en el proceso mismo de paz que tuvo que construir esta sociedad y que, en mi opinión, aún permanece, dado que las secuelas de la esclavitud a través del racismo y la xenofobia se mantienen aquí y en buena parte del mundo, como también en nuestro país, pueden decir de todas maneras con cierto orgullo que no se volvieron a matar entre sí.
Nosotros no podemos decir lo mismo. También tuvimos una guerra para liberar a los esclavos, pero a diferencia de lo que ocurrió en Estados Unidos, en Colombia la ganó militarmente quienes eran los dueños de los esclavos.
Y eso dejó una marca, indudable. Una marca que al día de hoy nos ha convertido, según las cifras de la (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) OCDE, en el país más desigual socialmente del mundo.
Esa es la heredad de no haber vencido definitivamente el esclavismo. Se mantiene como una especie de cultura subterránea en la mente de quienes dirigen el país, de sus élites que casi de manera hereditaria se han sucedido en el poder durante estos dos siglos y han dejado como recuerdo histórico, como una mala herencia para la conducta de la misma humanidad, el país más desigual socialmente del mundo.
Yo soy aquí una especie de excepción histórica, de paréntesis, querrán algunos que pase y transcurra lo más rápido posible.
Otros querremos que sea un cambio realmente de fase, de época, de era, en donde Colombia realmente se integre profundamente a la corriente de la lucha democrática y de su estabilización, una democracia profunda, multicolor, un país justo entre las naciones de la tierra.
Esa es la lucha del presente. A eso le llamamos un proceso de paz. Ahora hablaremos más detenidamente de esto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pero un proceso de paz es una lucha social, es una lucha política.
A pesar de haber escrito frases que se firman, a pesar de haberlas puesto a consideración y en cuidado del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas como una declaración unilateral de Estado, muchísimos de sus párrafos de sus objetivos, de sus propósitos, son en Colombia hoy, no un consenso, no un acuerdo, sino una lucha aún por librarse, una lucha que no es sólo de políticos, sino que es de la misma sociedad.
El derecho a vivir en paz es una lucha social en Colombia. Este monumento refleja en sus dos palabras traducidas del idioma en que el autor ha querido bautizarlo, sabiduría y humanidad, sabiduría y vida.
Sabiduría y vida representarían en muy pocos términos, en un resumen, (6:37) lo mejor que podría esperarse de la humanidad.
Si una nueva humanidad es posible, ella será más sabia, e indudablemente, será absoluta y profundamente respetuosa de la vida en todas sus formas.
En algún discurso aquí, en este mismo edificio, dije que la misión de la humanidad, quizás, como muchas de las banderas lo indican, quizás, subliminalmente, como muchos de los cuadros de la historia lo indican, cuando apuntan hombres y mujeres hacia las estrellas, alzando sus manos hacia las estrellas, que, quizás, nuestra misión en el hoy único planeta que sepamos que tiene vida y de la cual somos su parte superior, la vida inteligente, si somos vida inteligente, indudablemente, tenemos que apuntar a las estrellas.
No están en falsedad ni las banderas, ni los cuadros, ni las pinturas, ni las esculturas que una y otra vez en todas las culturas, en las lenguas diferentes y en diversos lugares del planeta siempre muestran al ser humano tratando de alcanzar las estrellas.
La tecnología, hasta la historia de este país, de lo que fue la Unión Soviética, de los grandes enemigos del siglo XX, fue la misma: Alcanzar las estrellas.
¿Para qué queremos alcanzar las estrellas? Si no es para llevar la vida. Y, por tanto, si esa es la misión de la humanidad, pues tenemos que ser amantes de la vida.
Y la única manera realmente de ser amantes de la vida es ser sabios. Sabiduría y vida, por tanto, casi que son sinónimos en el ser humano.
Sin embargo, si viéramos no simplemente la realidad de Colombia que aquí viene a hablar de paz, hay una diferencia del momento histórico.
Una Colombia que aquí viene a discutir sobre la paz, sobre los problemas o los avances de la paz, pues nos encontramos en este mismo recinto en un mundo que está hablando es de la guerra. Bombas caen sobre Gaza.
¿Cuál será el monumento que aquí se pueda construir para mostrar este trágico regreso a la barbarie y al genocidio? Me pregunto.
¿El medio de las cámaras? ¿El medio de los discursos falsos y la hipocresía? O más allá, al otro lado de Turquía, después del Mar Negro, ¿en otra guerra de pueblos hermanos, que lo fueron en la historia? ¿De una misma cultura y una misma raíz que se enfrentan, enfrentando, también, los poderes económicos, comerciales, militares y políticos del mundo?
¿Esa es la sabiduría? ¿Esa es la acción amante de la vida? ¿O es el alejamiento más extremo de la humanidad?
Nos alejamos de nosotros mismos en una especie de época que va marcando la extinción de la especie, es decir, el homicidio, es decir, la muerte generalizada de lo viviente a unos pocos meses, a unos pocos años de ese terrible logro planetario que sería lo contrario, precisamente, de la sabiduría y, precisamente, de la vida.
No deja de ser paradójico que un país que durante dos siglos se ha matado entre sí, se ha autodestruido, porque no ha sido capaz de construirse como nación y no ha entendido que la nación es básicamente el que todas y todos puedan estar en un territorio sin exclusión, con capacidad de ser dueños igualitarios del destino, del pasado, de la historia, del territorio en el país de la belleza, porque Colombia es uno de los países más bellos del mundo, qué paradoja que ese país hoy tenga que venir a decirle a la humanidad que, incluso, estamos dispuestos a ayudarla en la consecución de una meta que nosotros mismos ya hemos probado con experiencia a pesar de todas las sangres, las violencias y de lo que Gabriel García Márquez llamara Cien Años que se convirtieron en Doscientos años de Soledad.
Aquí ya estamos acompañados. Los que nos matábamos entre sí nos abrazamos y queremos abrazarnos.
Los conflictos y las contradicciones que aún existen, queremos tramitarlas sin balas, sin bombas, sin niños descuartizados, ni por la sierra eléctrica ni por la masacre ni por las bombas que se hacen en los grandes países del desarrollo del mundo.
Aquí, qué paradoja, quienes nos habíamos acostumbrado a la muerte y la habíamos normalizado, ahora queremos es abrazar la vida, el amor, las ganas de avanzar hacia adelante como una sociedad que tiene mucho de lo que entristecerse, claro, pero muchísimo más de lo que tiene para bailar, para alegrarse, para vivir en la alegría de la vida.
Y llega a este sitio, pero que lo que va encontrando es el difícil camino en donde las sociedades más poderosas se van inmiscuyendo y van inmiscuyendo a toda la humanidad en la guerra, en la violencia y en la muerte generalizada.
Tenemos algo que enseñar entonces, no sólo que aprender, y esa enseñanza que trae a Colombia se puede llamar bien como este monumento que nuestro amigo Mario Opazo, chileno, nos entrega, le entrega al mundo, sabiduría y vida.
Hoy el mundo necesita una inmensa revolución sabia, una revolución global por la vida, porque está a punto de extinguirse y no por designio divino, sino por la acción humana, por la codicia que hace que la atmósfera se llene de carbón y de petróleo que nos va a matar a todos, a nuestros hijos y a nuestros nietos.
Por tanto, buen mensaje Mario, porque el camino de la solución no es otro que el camino de la sabiduría y que el camino de la vida.
Gracias muy amables por haberme escuchado.
(Fin/gaj)