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Discurso

Palabras del presidente Gustavo Petro en el municipio de Cartagena del Chairá en el marco de la gira: Salvemos la Selva, Conservar Paga’

Foto: Joel González - Presidencia

Presidente Gustavo Petro durante la Gira: "Salvemos la Selva, Conservar Paga" en Cartagena del Chairá

Cartagena del Chairá, Caquetá, 13 de septiembre de 2024

Gracias.

Un saludo muy especial a toda la comunidad chairense, indígena y afrodescendiente, lideresas y líderes sociales, representantes de las diferentes juntas de acción comunal, asociaciones campesinas, ambientales y sociales, personas con diversidad funcional en situación de discapacidad, así como las poblaciones diversas y la comunidad LGTBIQ+

Gobernador del departamento del Caquetá, Luis Francisco Ruiz Aguilar, que resultó ser paisano mío, porque es de Santa Marta, y Ruiz era el apellido de mi abuela, así que hasta primo mío es.

Alcalde del municipio de Cartagena del Chairá, Darwin Andrés Flores Castañeda.

Directoras, ministras y funcionarios del Gobierno Nacional.

Representantes de los diferentes organismos internacionales acreditados en Colombia.

Congresistas de la República, mandos regionales de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional, gabinetes departamental y municipales.

Diego Alejandro Sánchez, representante del grupo de danza Alma y Son y su directora Aura Magaly Castañeda.

Medios de comunicación y, en general, a toda la comunidad que nos acompaña en el día de hoy. 

Voy a contar algunas historias que no he escrito, por ahí deben andar, que me parece pertinente para hablar en este lugar y con ustedes, porque lo que ustedes dijeron aquí, hombres y mujeres, pues más o menos es lo que yo he dicho en todas partes.

Así que el discurso del Presidente ahora está en manos del pueblo, es voz del pueblo, es bandera del pueblo y esa es la gracia, en eso es que consiste la verdadera política con P mayúscula. Y entonces voy a tratar de contar otras historias. 

Este sombrero es, ¿general? De infantería, caballería, caballería no infantería, carajo. Ya los caballos ahora son de metal, ¿por qué? ¿Tiene una importancia simbólica? 

Gracias por el sombrero, porque cuando yo era muy joven, tenía 24 años, algo así, había salido hacía dos años de la Universidad Externado de Colombia, de estudiar Economía, por graduarme, perdí la oportunidad de conocer el Caquetá, porque me había invitado un señor samario, caribeño, que decidió guarecerse aquí.

Lo habían llamado el enemigo público número uno, la oligarquía colombiana, por su brillantez, era un García Márquez en la rebeldía, y entonces él rompió, en cierta forma la modorra de la política tradicional colombiana que estaba en el Frente Nacional repartiéndose el poder milimétricamente entre jefes liberales, jefes conservadores, cuando antes habían hecho matar centenares de miles de campesinos, unos liberales y otros conservadores. Ahí estaba un poco el origen del Caquetá.

Y ese señor me invitó aquí. Era el fundador, comandante general del M-19. Lo perseguían por toda Colombia para cazarlo, para que no hablara más, para que no actuara más. Y se vino aquí, entre miles de campesinos, a una ilusión en ese momento, que no se entiende bien, que era transformar a Colombia –creyó él– desde las armas.

Y aquí, en medio de esos campesinos, en su lógica brillante y mágica, yo le diría, muy de las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez, en 1982 propuso, con la mona Vera Grave, cogió su carabina vieja y escribió un acuerdo y firmó.

Una carta dirigida a Belisario Betancur, que era el presidente, recién… No, todavía era Turbay Ayala, que yo recuerdo, así como… Le escribió una carta diciendo que a través del diálogo nacional se podía llegar a hacer un acuerdo de paz en Colombia. 

Y, por primera vez, desde, hacía mucho tiempo, desde que los liberales y los conservadores se mataban entre sí, aupados por sus jefes, no se hablaba de hacer la paz en Colombia. 

Y ahí la ruptura política que hizo, porque se inventó la tesis, prácticamente primera, de que Colombia podría solucionar sus problemas no matándonos entre nosotros, sino hablando entre nosotros. Desde entonces, no se deja de hablar de la paz, pero tampoco se hace la paz. 

Vivimos desde 1982, o sea, ¿hace cuánto? Casi 40, más de 40 años, más de 40 años –ese señor sería viejito ahorita, con nietos a lo mejor, por allá en Santa Marta, corriendo y bañándose en el mar, jugando fútbol, quizás en el barrio del pibe–, pero él, murió en un accidente, entre comillas, no sabemos, volando a Panamá en una avioneta que manejaba un congresista conservador, Antonio Escobar se llamaba, que no decía nada, que lo iba a llevar, se había bañado por última vez en el mar y había visto el mar. 

Para nosotros ver el mar es una manera de liberarnos. Y cumplía años. Se despidió de su mamá Clementina Cayón, ya muerta también, cogió la avioneta de Antonio Escobar, se dirigieron hacia Panamá a hablar por primera vez, por primera vez, con la oligarquía de Colombia, a ver si se podía hacer un acuerdo de paz. 

La oligarquía le contestó soberbia, no hablamos con usted. Y él murió, porque se cayó la avioneta y murió en el accidente en la selva del Darién. Hoy de triste recordación, porque ha muerto mucha gente, últimamente la mayoría venezolana, tratando de encontrar un sueño americano que no existe.

Bueno, ahí no pude conocerlo, porque yo me graduaba y preferí graduarme que venir. Me quedó un remordimiento de conciencia, pero creo que tuve razón, porque si no me hubiera graduado, no hubiera hecho muchas cosas que después pude hacer. 

Historia del Caquetá


A los dos, tres años me llevaron a la cárcel, fui a parar en la captura al batallón de caballería del Cantón Norte. Ahí me tuvieron una semana, tengo que decir que me torturaron, porque esa era la orden que había dado Turbay Ayala, pero el gobierno ya era de Belisario Betancur.

Cuando me llevaron preso, un año después… Ese año 85, 1985, había fracasado por primera vez, se había firmado en 1984, dos años después, que desde estas tierras y sobre la carabina hubiera puesto una carta al presidente, como el coronel no tiene quien le escriba, un rebelde mágico que quería hablar de paz en Colombia. 

Él ya había muerto, en el 83. Y en el 84 se firmó con el siguiente presidente, Belisario Betancur, un acuerdo de paz que hablaba de diálogo nacional al que se habían burlado y al que buscaban como el enemigo número uno le habían hecho caso, mágicamente. Colombia es mágica, pero él ya no estaba vivo. Y ahí se había destruido el primer intento, que después se repitió en 1989. 

Cinco años después, como dijo alguien, después de miles de muertos en toda Colombia. Ya habían destruido y asesinado la Unión Patriótica que fue mayoría política en el Caquetá. Y en ese año 85, pues estuve preso hasta el 87. Y en esos meses de estar preso, conocí un hombre de aquí, campesino, que por haber sido del M-19 también se lo llevaron a la cárcel y compartió, compartió el pasillo conmigo. 

Yo me dedicaba a enseñarle a leer y escribir, porque no sabía. Ya era viejo él, mucho más que yo, él tenía como 40 y pico, 50, yo tenía 24. Pero yo sabía leer y escribir y me gustaba enseñarle a leer y a escribir a los presos. Y más, pues a mi compañero que me conoció.

Tirso se llamaba, o se llama, campesino, y al final capitán del M-19. Él aprendió a leer y a escribir. Y después de eso, cuando fuimos libres, me lo volví a encontrar en el Tolima, en el Tolima Grande, él en las montañas, yo lo visitaba. Había sido y nacido en San Antonio de los Micos, decía él en el Tolima. Conservador, de esos que llamaban en la lengua popular pájaro, conservador. 

En el Tolima la violencia fue terrible. Todavía yo leía los libros, tratando de decirle a mis compañeros cuál era la historia de las montañas por donde caminaban y del pueblo con el cual hablaban y del cual decían representar. 

La cordillera, la Serranía de Calarma, ese fue uno de los sitios. Para arriba y para abajo, para arriba y para abajo, de un lado del valle, del otro lado del valle. Allá queda Ortega, por ejemplo, y Rovira. 

Y él me contaba y yo le leía otra vez, en las noches, la historia de Calarma y del Tolima, la violencia de alguien que fue ‘el chispas’, años atrás, y de unos que se volvían comunes y otros que se volvían los limpios y se mataban entre ellos. Y después se juntaron, pasaron la cordillera oriental y llegaron por acá, al Meta primero. 

Iban en una colonización que el periodista Molano llamó la colonización armada, porque los campesinos venían armados, porque los mataban en sus tierras o por ser conservadores o por ser liberales, igual. Una historia triste que da origen a nuestra historia contemporánea. Nacimos en medio de la violencia. 

Yo les leía esa historia y Tirso me contaba del Caquetá, me contaba de San José de Fragua, donde vivió, que allí conoció a otro campesino que se llamó Marco Chalita, que también, con nosotros, fue a parar a ser constituyente de Colombia, oigan, en medio de esa lucha y a través de la paz. 

El único constituyente campesino que hubo en 1990, hizo la constitución del 91. Y él quiso defender en la Constitución el derecho del pueblo campesino que quedara escrito. Eso lo hemos logrado hasta ahora, medio medio, hasta ahora. 

Marco Chalita no pudo porque era minoría. Incluso sus propios compañeros no le entendían la importancia, porque eran urbanos, eran de la ciudad, leían libros, habían salido de la universidad, eran un poco creídos y como habían sido protegidos por el campesinado, porque nos ayudaron, de pronto se les fue olvidando el campesinado.

A Marco Chalita no. Él murió ahí, tristemente, porque se cayó en una piscina, se pegó en la cabeza y nadie lo llevó al hospital. Y así murió el constituyente Marcos Oriundo.

Él fue el jefe presidente de la ANUC Caquetá, la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos. Y ahora recuerdo todo eso, a Tirso, recuerdo a Marco Chalita, recuerdo a Bateman, recuerdo lo que ha significado el Caquetá para nosotros, la cobija, el cobijo. 

Cuando ya nos iban a extinguir, cuando ya habían dicho que se acababa ese enemigo público, que ya estábamos derrotados, nosotros hablando de paz y de guerra, terminamos aquí cuidados por la mujer campesina y por el hombre campesino que por miles entendió que lo que buscábamos nosotros era justo. 

Y nos llevamos nos llevamos ese campesino del Caquetá. Uno en mi corazón, Tirso, que él vio firmar el Acuerdo de Paz. Les voy a comentar, que allá se firmó en el Tolima, y después nos esperamos un año en el Cauca, Santo Domingo, y después salimos a ver si transformábamos el país pacíficamente. 

Otra magia que ahora estamos viendo, si se puede, si se cumple de nuevo la ilusión, si Colombia puede cambiar pacíficamente y no matarse entre sí.

Y estas historias las he hecho porque creo que se define esa hora, cuando yo estuve en el batallón de caballería, ahí aplastado, porque uno se siente solo y aplastado, después salí y me volví congresista durante 20 años, senador, alcalde, presidente, claro que hubiera tenido el poder para esculcar los archivos y mirar el nombre de quienes me torturaron en ese momento. No quise hacerlo nunca, nunca y no lo haré. 

Ya deben ser abuelitos también, supongo, no se han muerto, por ahí con sus nietos, se recordarán de mí, eso sí.

El campesino en la Constitución


Pero creo que precisamente en honor de eso que pasó en aquella época, de que habíamos propuesto la paz a través de un diálogo nacional, de que habíamos invertido todo el esfuerzo haciéndola para después ser la fuerza mayoritaria de la constituyente en 1991, gracias al voto popular ,de nadie más, y que habíamos derogado la Constitución de 1886 con su estado de sitio y con sus consejos verbales de guerra que juzgaban sin garantías a la población civil que decía basta, y que hicimos la Constitución de 1991.

Y sólo hasta ahora le metimos la palabra campesino, que no tenía la Constitución del 91.

Había sido la mayoría de la población, que nosotros todos venimos de campesinos, la mayoría. Hay unos de cuna de oro, pero la inmensa mayoría de todos nosotros, generales, soldados, profesores, políticos, no sé, usted, compañero samario, Alcalde. Yo, por lo menos. 

Pues yo no tengo… Tengo un apellido raro que viene de Italia, no existía ni Italia por allá cuando llegaron por aquí, a Córdoba, pero yo no vengo. Ellos eran campesinos en Italia, tuvieron, por el hambre que había allá, en ese entonces, que venirse a Colombia y se enamoraron de Colombia y se quedaron y siguieron siendo campesinos, no fueron terratenientes.

Todos, casi todos, casi. Hay un grupito que se cree aristócrata, de sangre azul, que no son de sangre azul, son hijos de árabes y de conquistadores que hicieron tropelías en estas tierras y se mezclaron. 

No hay sangre pura, no hay sangre superior, no hay sangre azul, hay sangre del pueblo, sangre plebeya, sangre democrática como nos enseñó el Libertador Simón Bolívar.

Eso no lo han entendido. Y, por eso, entonces, no aparece la palabra campesino hasta el año pasado, en el año 2023 no aparece la palabra campesino en la Constitución. Y entonces uno entiende por qué de tanta guerra, 75 años de guerra donde los que mueren son los campesinos, campesinos civiles, campesinos guerrilleros, campesinos militares, campesinos. 

Allá arriba no muere nadie, muere el pueblo en la guerra, en la trocha, en la montaña o en el llano, a veces en el mar, como tocó a varios de nosotros. Muere el pueblo en la guerra. 

En la guerra ganan algunos, pocos, en la truculencia, en el desorden, en la desilusión, en la desesperanza, ganan las mafias y ponen al pueblo a matarse con el pueblo, mientras ellos se llenan los bolsillos de oro sucio.

Ponen al negro a matarse con el negro, como sucede en Buenaventura (Valle del Cauca), como sucede en Tumaco (Nariño), como sucede en Quibdó(Chocó).

Dos semanas, señores directores de la Policía, dos semanas y van diez jóvenes negros muertos, muertos por otros negros, jóvenes, pobres, bajo una ilusión que es volverse rico, estúpida.

Entre lentejuelas yo te amé, decía la canción de Charlie Chaplin. Las lentejuelas no permiten nada.

Así nos engañaron, con los espejitos. La mujer indígena se miraba en el espejo y decía, oh, diosa, como aquí recordamos, y se creía un cuento que no era.

Y el guerrero hombre le daba celos, y salía a matar al español, y su lanza no servía, y eran conquistados y avasallados, y en cambio, sí se quedaron con la tierra, la tierra que era de la diosa, la tierra que era del guerrero campesino indígena, era de ellos y se quedaron con la tierra, y así comenzó nuestra historia de la desigualdad, así comenzó nuestra historia de no poder construir una democracia y de matarnos entre nosotros permanentemente, que es lo que les sirve a los dueños del poder.

Razón tenía entonces desde las selvas del Caquetá, el mágico del Caribe, Bateman, Baitman le dicen aquí, porque era a través de la paz como se podía hacer una revolución, como se podía hacer una transformación.

Y dimos el primer paso en la Constitución. Y ahora toca dar el segundo paso para que pueda ser posible la ilusión, que es que podamos transformar a Colombia en paz. 

Cómo ahora, cuando ha pasado tanto tiempo, como el país ya no es el mismo, Caquetá no es el mismo, ningún pueblo es el mismo, todo ha variado, la historia fluye como los ríos y la gente que tiene la sensibilidad de pensar en los demás.

La política, la política no es para robar sino para pensar en los demás, tiene la responsabilidad de reconocer cómo ha fluido el río, porque si no el río se lo lleva y queda olvidado en una piedra, en una esquina se ahoga. Conocer el río en su curso que cambia, que fluye, la historia es como el río, fluye. 

Decía el filósofo Heráclito, no se puede meter el dedo y tocar un agua y volverla a tocar después, nunca jamás. El agua cambia, se va. 

Pues ahora estamos en un río diferente en el Caquetá y entonces tenemos que ver la buena política, la política para una vida buena, cómo nos comportamos.

Proponemos vida digna


Y yo sé que estamos proponiendo una cosa difícil, muy difícil. Otra vez desde el Caquetá, cómo podemos ser más ricos, vivir mejor, tener una vida digna, tener una vida próspera para la familia, para la región, cuidando la naturaleza y no tumbándola. 

He ahí lo difícil, porque esas generaciones de campesinos que venían espantados y con la carabina al hombro de unas regiones donde de noche podía llegar en una cabalgata los jinetes del apocalipsis, los cinco jinetes de la muerte quitando cabezas, sacando lenguas, reventando a mujeres embarazadas, porque eran de un partido, porque eran del otro, quemando ranchos, quemando caseríos.

Y, entonces ¿qué hacer? Unos para la montaña con la carabina, otros a otras regiones inhóspitas, donde no se sabía qué iba a pasar.

Muchos vinieron aquí, al Caquetá, y entonces vinieron, y había selva, y pensaron que había que tumbar esos árboles, porque donde se sembraba el maíz o la yuca, donde se tenía unos cerdos, donde se podía tener las gallinas o poner una canoa –no sé cómo le dicen aquí, ¿piragua? No. ¿Canoa? –, podría, bueno, donde amarrarla para ir hasta el vecino o al próximo pueblo que pudiera encontrarse lejos.

Y así subsistir, porque en otras regiones nos mataban. Subsistir, vivir. Y ese que fue tumbar el árbol, resulta que el río que ha pasado, nos dice ahora que si seguimos haciéndolo se muere la humanidad, y por tanto el Caquetá, y por tanto Colombia.

Y ahí, porque estamos aquí. Ya no estamos pensando en rebeliones, quizás en una rebelión contra la muerte. No estamos convocando a un ejército de armas, quizás, a un ejército desarmado mundial. Le llamo los guerreros de la vida, el mayor ejército del mundo tiene que formarse, y su poder no son las armas, sino poder dirigir a la humanidad a una lucha frontal por la vida. 

Quizás, soy uno de sus precursores, porque no hay otra razón y manera de que podamos vivir otra vez, como antaño, vivir tumbando selva en aquel entonces, escapándose de la muerte como Tirso que nació casi en medio de la violencia y fue pájaro y después rebelde, porque la vida le enseñó que su inicio no era su final.

Pues así nos toca ahora nosotros, pensamos que tumbando el árbol podíamos vivir, y era cierto, pero ahora nos toca sembrar el árbol para poder vivir, no sólo en el Caquetá, sino en todo el planeta tierra.

A cambiado la historia y nosotros tenemos que cambiar, jóvenes o viejos, nos toca, porque me decían los indígenas de la Sierra Nevada que ya no tiene nieve por lo que estamos hablando.

Ellos se creen que ahí es el corazón del mundo. Y si ustedes mueven el mapamundi, lo ponen con China a este lado y con Europa a este, y el norte en el norte y el sur de América, pues Colombia está en el corazón del mundo. Hagan el ejercicio y verán que Colombia está en el corazón del mundo, en la mitad entre América del Norte y el sur y en la mitad entre la China y Europa.

Por eso nos quitaron el canal de Panamá. Y, por eso, la oligarquía colombiana no tuvo la verraquera de defender el territorio colombiano y lo regaló por 13 millones de dólares que después se robaron, como suelen hacer.

Miren lo que es Panamá hoy. Miren lo que perdimos cuando ahí se unía el mundo a través del canal.

Pues resulta que ahora el canal sirve, pero ya no tanto, porque se seca el lago sobre el que lo hicieron la crisis climática. Y entonces los barcos quedan todos encajonaditos, barcos enormes de 90 mil toneladas no pueden pasar de lado a lado y llevar la mercancía del capitalismo mundial.

Hay otra forma de cruzar las mercancías que, claro que es por trenes también. Pero hay mercancías que no pesan, ya no tienen materia, tienen conocimiento, no necesitan del barco, se mueven a través de la fibra óptica y Colombia, siendo el corazón del mundo, puede volver eso riqueza, que ya no es carbón, sino es data center, de inteligencia artificial que tenemos que saber manejar, conocer.

Por eso necesita matemáticas, matemáticas del caos, algoritmos y no sé qué más, yo no sé mucho de eso. Podemos ser potencia por ser el corazón del mundo.

Pero implica un cambio de mentalidad, implica un cambio que nos diga que nuestra riqueza no se llama petróleo, que nuestra riqueza no se llama carbón que está ensuciando la atmósfera, no por culpa del carbón, sino por culpa de la codicia, sino que nuestra riqueza se llama trabajo humano cerebral, porque cada vez se adelanta menos el músculo.

Y nuestra riqueza se llama vida, diversidad de la vida natural, diversidad de la vida humana y cultural, porque somos el corazón del mundo y me ha correspondido a mí, como me dijeron ellos, los indígenas, ser el presidente del corazón del mundo.

Entonces, podemos decir así –van a decirme mañana en Caracol, está loco–, podemos decir como presidente del corazón del mundo que es el momento de cambiar un sistema económico mundial y apostarle a una economía descarbonizada, que se llama una economía por la vida, sin petróleo y sin carbón, ni sin tumbar el árbol.

Y Caquetá puede dar el ejemplo. A eso vinimos aquí, porque con esta firma que hasta ahora, y lo dijeron ustedes, es el comienzo. 

Son tres millones de hectáreas, y ahí van cuarenta. ¿Cuántas? Doce mil. Mire lo que nos falta, tres millones de hectáreas de la selva amazónica que ya no existen tenemos que volverlas a sembrar, para que Bogotá tenga agua. 

No se ha dado cuenta el alcalde de esto, para que nueve millones de personas de la sabana de Bogotá tengan agua potable, porque cada vez van a tener menos, porque la codicia también de los grandes constructores de Bogotá los hizo expandir y expandir sin tener en cuenta que no había agua.

Se necesita un pacto entre Bogotá y la Amazonía. Es decir, con ustedes. Ellos deberían poner una platica, ¿cierto? Una platica de allá, de los impuestos, para sembrar árboles acá. Ojo, lo que estamos proponiendo no es simplemente plata para sembrar un árbol. 

Incluso, yo he sembrado árboles con mi hija y me han crecido, y espero seguir sembrando árboles, a eso me dedicaré después de que sea presidente, pero no para volverme rico con el árbol o que me paguen por sembrar un árbol, sino porque es fundamental para la existencia humana y, porque yo le quiero enseñar a mis hijos y a mis hijas, que antes que buscar el dinero es mejor buscar la vida, y que para buscar la vida hay que sembrar árboles. 

Cuidar la selva


No es lo único. Aquí queremos que la familia campesina, la misma de esa época, sus nietos, sus descendientes, de que huían de las noches de terror de los jinetes del apocalipsis quitando cabezas, que también llegaron al Caquetá persiguiendo, pues tenga la posibilidad de una vida digna cuidando la selva. 

Esto se lo queremos hacer entender al tal ‘mordisco’, le cuesta trabajo al hombre, pues no lo ha hecho. ¿Cree que llevar cocaína a Brasil es mejor? O marihuana, o no sé qué lleva. 

No, eso no me preocupa, digamos, es ilegal, eso debería ser legal, la marihuana. Y de enseñarle al niño y a la niña lo que se le debe enseñar, por ejemplo, con el alcohol o con el cigarrillo –ahora usan una vaina que es peor, que es el vapeador, dicen los científicos, peor que el cigarrillo, y entonces le echan perfumito para que sepa rico, el cigarrillo sí que sabía bien feo, a mí nunca me gustó esa vaina, nunca pude fumar, pero el vapeador como huele rico, no sé qué es lo que sienten, se les vuelve una costumbre– y la niña queda amarrada a un vicio que le seca los pulmones y la mata. Es como otra vez el espejito, para hacer ricos a unos y matarse a uno en el camino.

Pues aquí –me voy yendo por las ramas–, aquí necesitamos este programa que comienza con las 12 mil hectáreas. Es una muestra al mundo, no es una muestra solamente para el vecino, ojo, no es una muestra sólo para la sociedad colombiana, ojo, que ojalá se dé cuenta de este esfuerzo y nos ayude.

Bogotá necesita agua. El agua no volverá a caer, y eso quién sabe si llevamos la selva hasta la cordillera oriental. 

Y eso hay que saberlo hacer, porque si yo quiero llevar la selva hasta la cordillera orienta, paso por encima de miles y miles de descendientes campesinos que llegaron ahí huyéndole a los jinetes del apocalipsis.

Y entonces, ¿cómo coordinamos ambas cosas? No hay otra manera que hablando con el pueblo. No es imponiéndole al campesino que le voy a sembrar árboles encima de su tierra y se va quemando, incluso, su rancho, como haría cualquier oligarca, no. 

Tenemos que hablar con la gente que hay ahí, indígena, descendientes de los desplazados, excombatientes de la guerra, combatientes ahora de no se sabe qué, del business. 

Toca decirles los combatientes de la codicia, para que vean que es posible otra vida, y que el Caquetá, y la Amazonía, tienen una importancia mundial para toda la humanidad. 

Y que entonces aquí valemos. Ya no valemos porque fuimos desplazados y olvidaron al pueblo en su desplazamiento, olvidaron al pueblo en las selvas, que se mueran, dijeron. Si de todas maneras los íbamos, decían ellos, a matar, si hubieran quedado en el Huila, en el Tolima o en la zona cafetera. 

Ahora resulta que la gente que vino aquí, sus descendientes huyendo, todavía bailan el bambuco. Yo escuché el bunde, mágicamente, hermanos, siempre me encantó. Yo decía, ese debe ser nuestro himno y resulta que es el himno del Tolima, que inteligentemente buenos oidores de música y bailadores supieron poner ese himno tan hermoso.

Solo otro departamento como Córdoba, mi departamento, ha hecho de su cultura musical el himno del territorio. Allá tienen a María Varilla, que yo me lo bailo con un gusto. Claro, es difícil pensar que los himnos se bailen, pero acaso Colombia no es un pueblo musical. 

Quizás, nuestros himnos deberían ser bailables, porque es que cuando bailamos, bailamos mirando a las estrellas y al amor, siempre. Y entonces, qué mejor himno que ese. Los indígenas nos llevaban allá a Natagaima, arriba, en 1989, en unas cosas que llamaban chirimías al Bunde y lo tocaban, porque estaban contentísimos ellos. 

Y yo quiero, Laura, que me lleven allá a esa escuela de nuevo. Se llama la escuela La María, arriba de Natagaima, porque con Carlos Pizarro firmamos la paz definitiva que hemos cumplido. Y a mí me toca cumplirles a ellos y a ustedes, porque es el sueño de transformar a Colombia pacíficamente, sin matarlos. 

Entonces, ese sueño se llama Selva, vida. Y este programa que comienza aquí es la primera campanada de la vida en Colombia, en su economía, y ustedes lo están dando. Y nosotros tenemos que hacer que eso fructifique, generarla, cuidar eso, porque si eso se pierde, nos espantan los jinetes del apocalipsis, la gente, y lo matan o cualquier cosa, se pierde la ilusión de toda Colombia y se pierde una ilusión fundamental de la humanidad.

Aquí no veo embajadores. No sé si haya extranjeros, digamos, extranjeros gobernantes, porque significa que ellos tienen que ayudar, porque ellos, a veces son songo, zorongos, morrongos, y entonces, si les salvamos la vida, y qué bueno, felicitaciones, nos ponen una medallita y nos traen un espejito. 

Y eso no es así. Les estamos salvando la vida a ellos, a sus hijos, a sus nietos, a sus descendientes, salvándolas a todas. Estamos salvando parte, en parte, a la humanidad. Y eso tiene que tener una retribución. No es que vienen aquí a comprar petróleo a la lata después de decir que quieren una economía descarbonizada y que paguemos nosotros la economía descarbonizada, cuando ellos están contaminando la atmósfera. Eso así no es.

Decir la verdad al poder mundial


Y hay que decirlo en la COP16 de frente. Y hay que decirlo en la COP, no sé qué, 30, no, 29, en Azerbaiyán, en sus caras, que eso es lo que yo hago. Ya no me invitan a tanto, pero tengo que ir a hablar con todos los presidentes del mundo en Nueva York. Y allá hay un foro de dirigentes ambientales de todo el mundo con los que yo quiero hablar, que me han invitado, porque hay que decir la verdad en su cara, la cara del poder mundial. 

Dejen de matar niños en Gaza. Qué ejemplo. Matar niños en Gaza con bombas hechas en Estados Unidos, por codicia, y después pedirnos que no echemos el humo a la atmósfera del carbón, porque así se salvan ellos. 

No, aquí hay que hacer un compromiso humano. Es un compromiso mundial. Si a mí me toca ser el que habla porque a los otros les da miedo, pues hablo. Y le hablo a Biden en su cara. Y le hablo a Macron y a Schulz y no sé qué otras. Y a Xi Jinping. 

Ya me vi la momia de Mao. Yo creo que Mao no quería ser momificado, porque la energía que somos nosotros debe fluir después de muertos. ¿Qué tal una momia? A mí ni me hagan estatua si es que a alguien se le ocurre. Eso es volverlo a una cosa. Y nosotros hemos sido energía vital. Y yo creo que seguimos fluyendo, fluyendo. 

Bueno, a todos ellos hay que decirles: hermanitos, o ustedes se ponen al lado de la humanidad, o la humanidad va a pasar por encima de ustedes, porque la humanidad no se va a dejar matar en masa. 

No va a dejar que Gaza se la hagan en todos los rincones del mundo. Olvídense, porque ante un ejército con armas atómicas habrá otro ejército que es el ejército de la vida y que sin armas los va a derrotar sólo con el poder del pueblo, que va a luchar en todas partes del mundo por la vida. 

Y aquí estamos la vanguardia, los primeros, las primeras, los guerreros de la vida, peleando en la práctica por sembrar lo que va a recoger de la gran polución mundial, de la gran economía capitalista para absorberla aquí. 

Y vamos a exigir que eso se paga, así como pagaron por el petróleo o se lo robaron por allá en Arabia y en otros lugares, así que pagaron por nuestro oro, se lo robaron. Ahora el tesoro Quimbaya está por allá en Madrid, porque un bobo oligarca se enamoró de una reina y entonces le hizo de regalito un patrimonio de todo el país, el tesoro Quimbaya. 

Que se enamore, enamórese, pero cómo va a regalar para enamorar la propiedad del pueblo. Acostumbrados a eso, que se quedan con la propiedad del pueblo, pues tienen que pagar también a nosotros aquí, a este pueblo, y por eso se puede construir una economía vital, una bioeconomía, una economía que viva con la naturaleza, para enseñarle al mundo cómo se hace. 

Pagar, porque le estamos quitando el CO2 sembrando los árboles y, por tanto, le estamos garantizando la vida a sus hijos. 

Un pacto mundial que tiene como escenario la selva amazónica en Latinoamérica, en América del Sur. 

América del Sur no es el rincón del mundo, no es el sur, la última tierra, llaman. No, América del Sur es tierra de libertad. 

Al lado de los franceses y al lado de los gringos, levantamos la bandera de la libertad. Hablamos de república, y hablamos de democracia, y hablamos de libertad, igualdad y fraternidad. 

Lo que pasa es que se nos olvidó el mensaje de Bolívar, porque lo asesinaron. No, ese mensaje está aquí vivo. Somos tierra de libertad y hoy somos tierra que puede ayudar a Estados Unidos a descarbonizarse. Si con nosotros hace el pacto de la energía limpia que aquí sobra, sólo les dejo estos numerotes, toda la economía de Estados Unidos absorbe cada año 1.200 gigas, lenguaje los ingenieros eléctricos, de energía. 

¿Y sabe qué potencial de energía limpia tiene América del Sur, incluida Colombia? Una generación de 1.500 gigas al año. Si hacemos los paneles, si hacemos las instalaciones tecnológicas para recoger energía limpia. Es decir, miren lo que dijo. Allá me van a decir que loco y después les saco las cifras. 

Es decir, que América del Sur, simplemente volviendo real su potencial de energía limpia, podría en este año, podría el año entrante, invirtiendo los 600 mil millones de dólares que tienen guardados los Estados Unidos para descarbonizarse, simplemente haciendo un pacto entre los anglosajones del Norte, y los negros del Norte, y los negros del Sur, y los indígenas de aquí, y los de allá, y los pueblos de allá, y los jóvenes de allá, y los jóvenes de acá. Simplemente sintiéndonos americanos.

América del Sur podría entregar 1.500 gigas cada año y se salvaría el mundo, porque dejaría de emitir CO2, la mayor economía del mundo y más responsable del cambio climático, que son los Estados Unidos de Norteamérica. 

Claro, alguien, si está Robledo aquí, dirá que es que me entregué a la CIA. No, es que vivimos en América y viviremos, ojalá, por miles y miles de años, ellos y nosotros. Ellos no nos acabarán, nosotros también tampoco tenemos por qué acabarlos. 

Hablemos. Si aquí decimos hablemos, desde 1982, ¿por qué no podemos decirles a los gringos hablemos? Nosotros tenemos con qué. Y ustedes lo necesitan. ¿Cómo hacemos? 

Tenemos la selva y tenemos el potencial de energías limpias, o sea que podemos descarbonizar el principal sitio de emisión de CO2 que está trayendo la crisis climática y que está a punto de acabar toda la vida en el planeta.

Eso es lo que hacemos aquí. Esa es la importancia de ustedes. Esa es la ilusión que queremos volver realidad. 

La ilusión de aquel samario mágico de que a través del diálogo se hacía la paz, casi que la tocamos completamente ahora. 

Entonces, esta ilusión nuestra de que la vida sea, de que pueda haber humanidad y vida en el único lugar del universo donde hay, que sepamos, no apague esa joya que es el cerebro humano, que es la vida del planeta, podemos hacerlo también desde aquí. 

Y esa es la ilusión que les propongo, sólo que no se puede esperar 40 años para realizarla, sino tiene que realizarse desde ya. 

Amigos campesinos, campesinas y amigos del Caquetá, creo que tenemos un buen camino por seguir. Gracias, muy amable, por haberme escuchado.

Iba a decirles, fuera este sombrero del batallón de caballería que me siento muy orgulloso de ponérmelo esta vez, porque significa que quienes pudimos ser enemigos en el pasado, hoy podemos amarrarnos en la misma causa un ejército del pueblo y un pueblo y no volver a recordar eso. 

Recordarlo sí, pero olvidarlo en el sentido de que jamás nos enfrentamos de nuevo. Y, por eso, me pongo con orgullo el sombrero de general del batallón de caballería de Colombia.

Gracias, muy amables.

(Fin/gaj)