Este gobierno está haciendo algo que ningún otro gobierno desde ese entonces hizo, le está devolviendo la tierra al campesinado, está haciendo justicia, ya que no hubo justicia.
Chimichagua, Cesar, 22 de noviembre de 2024
Hace algunos días, meses ya, estuve en una reunión similar entregando tierras al campesinado en dos sitios que son simbólicos para la historia campesina.
Tierra Alta, Córdoba y Buenavista, Córdoba. Córdoba es el departamento donde nací, donde está enterrado mi abuelo, que nació por allá en 1898 en un pueblo que se llama San Pelayo, Córdoba. Donde nació mi padre, en Cereté, donde están enterrados todos mis familiares de línea paterna.
Y viví la historia del departamento de Córdoba, a veces allí mismo, a veces desde lejos. Y duré un tiempo largo hablando de esa historia campesina, porque es un departamento campesino victimizado. Cuando desde Santa Rosa de Osos, Antioquia, Norte, arriba en la montaña, Yarumal y Campamento, unos hacendados decidieron que era el momento, al lado de los narcotraficantes, de tomarse, de matar, de conquistar las tierras que eran del campesinado y quedarse con ellas, tierras súper fértiles, uno de los valles más fértiles del mundo, el valle del río Sinú.
Allí empezó a esparcirse el paramilitarismo
Y allí empezó a esparcirse por toda la costa caribe el paramilitarismo, como se le empezó a denominar en ese tiempo, que terminó siendo más que un paramilitarismo, más bien una parapolítica, como tuve que demostrarlo durante más de siete u ocho años de investigaciones en el Congreso de la República.
Eran los políticos los que ordenaban la masacre, la muerte, de lo que hasta las cuentas se han hecho en la comisión de la verdad del padre Francisco de Roux, que desde aquí le expreso toda mi solidaridad, perseguido por buscar la verdad, llega a más de cien mil víctimas, a más de sesenta mil desaparecidos, a una especie de genocidio campesino, después del genocidio de la Unión Patriótica, pero unas dimensiones peores y más bárbaras, porque le sumaron un cero a la cifra y multiplicaron después por dos o por tres, llenando el Caribe de Colombia de sangre, por un pecado que tiene el Caribe: tener las tierras fértiles junto al mar.
Tierras valiosas desde donde se pudo haber construido el progreso de toda la sociedad caribeña colombiana. Aquí nos acompañan unos periodistas de Al Jazeera, de Qatar, lejos en el desierto. Siempre hay una especie de paradoja de distancia entre el desierto sin flores, a veces las tiene, y esta exuberancia vegetal y esta fertilidad que puede dar ríos de leche y miel, como decían antes los abuelos, aquí en esta que es la tierra prometida porque es el paraíso del planeta, pero que lo llenaron de sangre de humildes, de sangre de pobres, porque se lo querían apropiar los codiciosos.
Buenavista tierras que vuelven a manos de las víctimas
Allí en la reunión de Buenavista encontramos que es uno de los municipios con mayor concentración de la tierra en pocas manos, casi que a uno o dos grandes hacendados que resultaron ser narcotraficantes y paramilitares.
Por eso mataron allí muchísima gente para quedarse con esa tierra, tierra que con el proceso llamado de paz con el paramilitarismo fue devuelta al Estado para ser entregada a las víctimas sobrevivientes y sin embargo se perdió, se la apropiaron otros políticos, no querían devolver la tierra, usaron incluso nuevos instrumentos armados violentos para que el campesinado no pudiera asomarse a lo que fue su terruño, su lugar de nacimiento y su lugar de trabajo, para que no volviera a ser propietario de su lugar, de su territorio, para que siguiera siendo un campo desolado en términos de que no se cultiva una vaca por allí andando cada dos o tres hectáreas.
Porque el poder no consistía en hacer producir la tierra, como sabe hacerlo el campesino y la campesina, sino simplemente en tenerla para demostrarle a los demás que se es hombre macho, que se es guerrero quizás, que se es rico y poderoso solamente por tener miles de hectáreas acumuladas sin que la tierra cumpla una función social.
Feudalismo decíamos en el Congreso de Colombia esta mañana, porque sólo en el feudalismo la riqueza es tener tierra, porque en el capitalismo la riqueza es producir y no tener tierra, producirla.
La historia del presidente Petro cuando tenía 27 años en el Cesar
Aquí en este lugar hay otra historia en el sur del Cesar, yo estuve aquí de joven, 27 años también, dormía en algunas casas campesinas de una recuperación que quedaba, recuerdo yo, se bajaba uno del bus en la hamaca, en el burro, en el burro, y cogía a mano izquierda en la línea férrea que viene de Barrancabermeja. Se pasaba la línea férrea y se llegaba a unas recuperaciones de tierra del campesinado sobre haciendas, una de las cuales había sido del señor Marulanda.
Allí dormí varias noches, en casa campesina, y hay que decirlo con franqueza, armado, porque no sabía en qué momento iban a llegar por mí, me dedicaba a organizar el campesinado en el sur del Cesar. No sé si aquí hay alguno que me haya visto en aquel entonces, año 1987. Tú, párate a ver ¿cómo es?
¿Tú me viste? Bueno Poncho, compañero, ¿cómo estás? Allí había, compañero, sí, tú, no te alcancé a oír. (Un compañero y amigo tuyo de ayer, hoy, mañana y siempre, José Galván Acosta). Gracias compañero, muy amable.
El paso por el sur del Cesar se me complicó un poco. Pasaba por la base Morrison y sabía que no era una base del Ejército sino del paramilitarismo. Me preocupaba parar en los retenes porque en cualquier retén, si me bajaba y me veían la cara, podía no volver a aparecer nunca más. Trataba de caminar por las trochas y llegar hasta el río Magdalena.
Carlos Arturo Marulanda de la familia de propietarios de tierras, en la impunidad
Y después con el tiempo pasó, no hubo más armas, me volví congresista, me quemé al Senado de la República en 1994 y me fui para Europa, medio exiliado, medio no, se había acabado mi organización que era el M-19 y fui a una embajada en Bélgica, en Bruselas, donde aprendí el francés y adivinen ¿quién era el embajador de esa embajada colombiana en la capital de Europa?
Se llamaba Carlos Arturo Marulanda. Empezó a humillarme porque había sido de la izquierda, me mandó a trabajar en el sótano en los inviernos donde no había calefacción, él pensando que me aburría, y yo aprendí a manejar los computadores, que no sabía nada de los computadores de ese entonces y me metí por los cables, no yo, sino el computador y sus programas, y llegué a entrar al computador del famoso embajador de Colombia ante la Unión Europea y el Reino de Bélgica y Luxemburgo, el señor Carlos Arturo Marulanda, y encontré una historia de robo del dinero público.
Le pedí que ayudara a las trabajadoras sexuales que traían desde Colombia hacia Holanda, tratando de rescatarlas de las vitrinas, como llaman allá, de la calle roja, y prefirió gastarse el dinero en un enorme y valioso tapete de hilo de seda que hacían los árabes, en el Asia Central casi, y que dedicó exclusivamente a su residencia particular en la embajada.
Los colombianos y colombianas no podían caminar sobre ese tapete, sino sólo él podía mirarlo así hubiese sido comprado con el dinero público de los colombianos y de las colombianas. Carlos Arturo Marulanda era el hermano del dueño de la hacienda Bellacruz, se dedicaba a los negocios del banano y del agro de los grandes hacendados del Caribe colombiano.
Utilizaba el puesto para enriquecerse particularmente y defendía a los gobiernos de Colombia cuando había debates sobre los derechos humanos, sobre las matanzas y las masacres que en el Parlamento Europeo de vez en vez se daban sobre el caso colombiano.
Estaba ya exclusivamente pago por el erario, delegado por los gobiernos y los presidentes, solamente para ocultar la verdad de una masacre, que a lo largo y ancho de Colombia en los años 90 se extendía como que estaban matando 100.000 campesinos, como que estaban desapareciendo 60.000 y más. Se veía por la televisión y lo ocultaban ante el mundo.
No querían que el mundo supiera que Colombia tenía un genocidio en su propio campo, que mataban a los humildes, que les quitaban la cabeza, que los descuartizaban, que construían fosas comunes para ocultar sus cadáveres, que echaban a los líderes sociales en los lagos llenos de babilla y de caimanes para que no se descubrieran sus restos, que hasta hicieron hornos crematorios con los hornos de hacer ladrillos y arcilla al norte de Cúcuta y en la frontera con Venezuela, que obligaron al desplazamiento de millones, millones de campesinos y campesinas de sus tierras y que ahora son los señores de esa tierra.
A tal punto llegó el encubrimiento que el mismo encubridor ante el Parlamento de la flamante Unión Europea, en Bruselas, era también propietario de una hacienda al sur de este lugar, la hacienda Bellacruz, y allí habían matado ya, a ellos mismos, el hermano del embajador de Colombia ante la Unión Europea, a decenas de campesinos que simplemente querían un pedazo de tierra, algunos de los cuales están aquí presentes.
Yo me pregunto, si en aquel entonces tenía 27 años y hoy tengo 64, ¿dónde está un criminal de lesa humanidad como el embajador de Colombia ante la Unión Europea, Carlos Arturo Marulanda? ¿Dónde está? Nadie sabe dónde está.
Su esposa era del Canadá, parece que nunca volvió a Colombia y nunca fue juzgado por su crimen de guerra. Está en la impunidad, como están en la impunidad los hacendados que en Santa Rosa de Osos se reunían para decretar la muerte de 500 personas en Yarumal, en Campamento, en el norte de Antioquia y se reunían para invadir a punta de sangre, de hierro y de fusil mi propio departamento, el departamento de Córdoba. Lo acaban de decretar un juez de la República inocente.
Usó la justicia para defender la posesión sanguinaria de quien asesinó decenas de campesinos
No hay justicia para 500 asesinatos de gente humilde en el norte de Antioquia y parece que no hay justicia para el asesinato de centenares de campesinos en el sur del Cesar porque los señores de las haciendas, los que nunca cargaron un fusil ni se pusieron un uniforme a los que nombraban de embajadores y de ministros o de hermanos del primer mandatario nunca hubo justicia sobre ellos. Otros fueron a parar a las cárceles, menos los que dieron la orden de la matanza.
Ahora, si yo tenía en aquel entonces 27 y ahora 64, ¿qué ha pasado con la hacienda Bellacruz? ¿Qué han pasado con las haciendas que le quitaron al campesinado en el sur y en el medio Sinú, en el departamento de Córdoba? ¿Qué ha pasado con las tierras que le quitaron al campesinado a lo largo y ancho de Colombia, me pregunto yo?
¿Por qué tanto odio a este gobierno que gracias al pueblo colombiano fue elegido en el año dos mil veintidós? Lo que hoy encontramos en la hacienda Bellacruz es que un juez, un magistrado, la protegió entre comillas, no de los victimarios, sino de las víctimas.
Usó la justicia para defender la posesión sanguinaria de quien asesinó decenas de campesinos y le enseñó a Colombia que no es posible la justicia, por lo menos hasta que esa gente siga gobernando a Colombia.
Y si vamos a Buenavista encontramos lo mismo, las tierras que entregaron los paramilitares en su proceso de paz, se las devolvieron, o se las devolvieron a otros narcotraficantes, o se las devolvieron a los senadores y a los políticos de la región, incluidos concejales y alcaldes, pero nunca se lo devolvieron a las víctimas, nunca a los hijos del muerto, del asesinado, de la asesinada, nunca a su hermano, nunca al campesino humilde.
No quisieron hacer justicia, no quisieron hacer reparación, se volvieron a armar para que estas tierras nunca pudieran ser de nuevo de una familia humilde, pudieran ser labradas, pudieran ser cultivadas de alimentos y pudieran nutrir a la población colombiana.
Este Gobierno se ha vuelto justiciero con la bandera de la justicia social
Hoy estamos aquí ahora, y este gobierno está haciendo algo que ningún otro gobierno desde ese entonces hizo, le está devolviendo la tierra al campesinado, está haciendo justicia, ya que no hubo justicia.
Este gobierno se ha vuelto justiciero y ha vuelto a levantar una bandera, la bandera de la justicia social, la bandera de que esta patria es de su propio pueblo y de nadie más, la bandera de la Reforma Agraria que aquí adelantamos, el que 22 mil hectáreas, todavía le falta un cero a esa cifra, se le hayan ya entregado a partir hasta el día de hoy al campesinado del departamento del Cesar, me parece un hecho fundamental. Ese es el cambio.
Este Gobierno garantiza una Democracia, pero es para toda Colombia
Mañana marcharán, convocan los victimarios, los que quieren que esta injusticia siga padeciéndose en el país, los que quieren que no haya una reivindicación para las víctimas, los que quieren que las hijas del campesino terminen en los burdeles de la gran ciudad, o que el hijo del campesino termine levantando un fusil para matar a su hermano de sangre o a su hermano de tierra, a otro ser humilde.
Y nosotros decimos que pueden marchar porque se nos vamos a permitir: ni un gas lacrimógeno, ni una mujer violada, ningún joven con pérdida de ojo, ninguna persona aprisionada, ninguna persona tratada de terrorista, como hicieron con centenares de miles de jóvenes que quisieron protestar hace tres o cuatro años en este país.
Pueden hacerlo porque este gobierno garantiza una democracia que nunca habían vivido, que no habían sentido.
Pero la democracia es para toda Colombia. La democracia no es para unos pocos. La democracia es para el conjunto del pueblo.
El pueblo de Colombia tiene que decidir
Y entonces el pueblo de Colombia tiene que decidir ¿nos quedamos con 22 mil hectáreas o pasamos a 220 mil hectáreas? ¿Qué quiere el departamento del Cesar?
En unos años, en apenas dos o cuatro años, las minas del carbón que están al norte exportando carbón al mundo se van a cerrar porque el mundo ya no puede comprar carbón porque extingue a la humanidad. Y ahí queda un ferrocarril, moderno, que va a dos puertos, el de Santa Marta y el de Puerto Bolívar en el norte de La Guajira. ¿Los dejamos oxidar o los llenamos de alimentación para que vaya esa alimentación a Catar, al mundo árabe, al mundo de África, Europa o a los Estados Unidos?
¿Volvemos a cultivar la tierra o la dejamos que se convierta en un desierto? ¿Volvemos a construir un Cesar que sea agricultor, que mire al sol y use el sol como energía limpia, que use el ferrocarril y salga al mar y que mire al mundo como un instrumento de su propia prosperidad? ¿O nos quedamos asustados en las casas y le devolvemos el poder a los nuevos políticos paramilitares?
Estamos en la mitad de una escalera ¿Hay que subir o hay que devolverse?
Estamos en la mitad de la escalera, en el 2022, después de las grandes movilizaciones populares urbanas subimos media escalera y estamos en la mitad de este gobierno, en la mitad de la escalera. ¿Hay que subir o hay que devolverse?
La señora de la revista dice que hay que devolverse, que la mayoría del pueblo quiere volver a la época de los 6.402 dos jóvenes asesinados para hacerlos pasar como guerrilleros, que quiere devolverse a la época de las masacres que ustedes aquí cuentan.
Olvidados ya piensan que el pueblo ha olvidado la noche negra en donde el campesinado de Colombia tenía que cerrar las puertas o irse a dormir en la montaña o en el monte al lado de la casa para no ser sorprendido por las hordas vestidas de negro y con fusiles que podían matar decenas de campesinos en una sola noche de horror y de terror, en una orgía de sangre.
¿Quieren que volvamos allá donde un dictador dictaminó que seguridad era matar a la gente y no hacerla vivir? ¿Quieren volverla allá porque les encanta que el ser humano, que el colombiano mate al otro colombiano, que nos matemos entre nosotros para hacer trizas lo que ellos llaman la paz?
¿Nos devolvemos a ese mundo? ¿Nos devolvemos a un mundo de corrupción en donde el erario es manejado como una hacienda y entonces se llevan por centenares de miles de millones de pesos a sus propias cuentas las fortunas que deberían ser del pueblo colombiano?
Yo pienso que hay que seguir subiendo la escalera. Yo ahí acompañaré, no para otro gobierno de Petro, no. Para otro gobierno del pueblo, sí. Como ha demostrado López Obrador en México, que hay que seguir subiendo la escalera, pero ya no para ganarse un gobierno, sino para ganarse el poder de todo el Estado en todos los rincones del país. Porque el único dueño del poder en una democracia es el pueblo de Colombia. Solo así, el Cesar volverá a ser un departamento agricultor.
Solo así, los platos de comida de las familias de Valledupar y de las ciudades de este departamento no serán de comida importada, sino de comida cultivada en el mismo Cesar. Porque de palma africana no se vive y de carbón, menos. Solo se puede vivir del agua y de la alimentación.
Para que las noches ya no sepan a terror, ya no sepan a sangre, que sean de fiesta
Porque solo así podremos conquistar definitivamente los caminos de la paz, para que las noches ya no sepan a terror, ya no sepan a sangre, para que las noches sean de fiesta, sean de fandango, como dicen en mi pueblo, sean de baile, como lo vimos aquí hace un momento, porque al fin un samario como Bateman mantenía razón.
Al final, la revolución no es sino una fiesta y Colombia necesita una gran fiesta de la transformación social para que podamos vivir como seres humanos dignos.
Yo los invito a subir el resto de la escalera para que el sueño de Bolívar sea realidad, una república democrática, en donde las gentes de Colombia puedan ser las dueñas de su propio destino, puedan ser las dueñas de su propio baile, puedan ser las dueñas de su propia canción, que podremos cantar en conjunto a las estrellas, al sol y a nuestros semejantes.
¡Que viva la reforma agraria en Colombia! ¡Que viva la reforma agraria en Colombia! Gracias, muy amables, por haberme escuchado.
(Fin/abs)