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Discurso

Palabras del presidente Gustavo Petro Urrego en el acto de posesión de la Defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz

“Usted es la Directora ahora de la institución que no se puede silenciar ante la injusticia, que no puede ser traficada en politiquerías, en transacciones oscuras”.

Foto: Juan Diego Cano - Presidencia

Presidente Gustavo Petro durante el acto de posesión de la Defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz

Nuquí, Chocó, 30 de agosto de 2024

Bien, cuando yo tenía 16 años, vi una película que quedó grabada en mi memoria desde entonces. La volví a ver alguna oportunidad cuando estaba preso en la cárcel de Barrancabermeja. Dormíamos en el piso, yo debajo de la cama de otro preso, porque trataba de taparme con las tapas de la cama de la luz que permanecía prendida todo el tiempo.

El olor del petróleo quemado me llegaba todas las noches. La flama tradicional de la refinería de Barrancabermeja podía ser vista desde la puerta de mi cárcel. Y allí, debajo de esa cama, apesadumbrado, vi en blanco y negro, en el televisor pequeño de un preso, transmitido por Señal Colombia, la película Novecento, de Bernardo Bertolucci, dos partes, que calca a través de la historia de una hacienda cercana a Roma, quizás, de la Regia Emilia, creo que se llama la región. La historia de Italia en el siglo XX y finales del siglo XIX en la vida de unos hombres y unas mujeres que allí, en la hacienda, pasan de generación en generación, unos como obreros y obreras, otro como el patrón.

Cómo el fascismo va creciendo, cómo el director de la película, que trata de una manera muy hermosa de pintar poéticamente la historia italiana de esos años terribles, de la destrucción violenta del movimiento obrero, que quería hacer una revolución, y del ascenso de las camisas negras, que se llamaron ahí particularmente fascios, el fascismo italiano, que destruyó ese movimiento obrero, que lo condujo a la clandestinidad, a la muerte, a la represión generalizada, matando incluso a sus líderes más preclaros, llevando a la cárcel a muchísimos de ellos, entre ellos Antonio Gramsci, que es una de las personas que intelectualmente me ha acompañado en mi largo ya vivir en las luchas políticas de Colombia, el jorobado de Sardeña, defensor de los obreros, intelectual a profundidad, tratando de fusionar algo que para mí ha sido muy importante en mi hacer político, que es la teoría y la práctica. 

La praxis, le llaman los filósofos, la praxis es una fusión entre una acción política que no puede ser ciega, instintiva, irracional, porque era así, por ejemplo, la política de los fascios, sino que tiene que ser racional, alumbrada, no sólo por la pasión de la política en sí mismo, sino de la razón que puede llevar bajo el liderazgo de un partido, de una persona, de un grupo de personas a una sociedad hacia un mejor vivir. La razón fundada en la ciencia.

No se puede definir el progresismo de otra manera que no sea así, bajo esa simbiosis entre ciencia y acción política. Siempre que la ciencia, sabiendo que es imperfecta, sabiendo que está inacabada, sabiendo que es un proceso largo por el cual los seres humanos se van acercando a la comprensión de la realidad, que la ciencia es lo único que puede alumbrar la política para que la política sea progresista. Esa es su definición.

Un progresismo sin ciencia, un progresismo sin lectores, sin constructores de pensamiento y teoría no sirve. Cada acción política trae una filosofía detrás, trae una teoría detrás, trae una abstracción mental del intelecto general de la humanidad. En esa película de Bernardo Bertolucci hay un episodio que me marcó teniendo apenas dieciséis años de edad, al verla.

Hay un momento en que el líder de los trabajadores de la hacienda, ya perseguido, ya sintiendo los pasos de la muerte, de la persecución fascista, decide separarse de lo que más quería en ese momento, ya no de la mujer amada porque había muerto, sino de su hija. Y la escena muestra su despedida entre sollozos cuando ella parte en bicicleta hacia un lugar mejor, más protegido, donde se pudiera salvar de lo que venía. 

La despedida del amor


Sin ser padre en ese entonces, muy lejos de serlo estaba, me emocionó demasiado esa despedida del amor necesaria para proteger, para hacer volar, para impedir la muerte prematura.

Y se me quedó grabada sin saber que, de alguna manera u otra, en mi vida real, a mí me iba a tocar pasar por las mismas circunstancias. He despedido a muchos de mis hijos, todos, uno tras otro, partiendo, muchos tuve. La vida me hizo trasegar también en los terrenos y en las batallas del amor, del que siempre sale uno herido, siempre.

Y a través de los años fui despidiéndolos, se fueron dispersando por el mundo. Querían, y yo así lo apoyaba, volar. Esa historia del padre que despide a sus hijos, a su hija, que se repite una y otra vez, que todos los padres creo que conocemos, siempre llega un día, un momento de la separación, del abrir el nido para que vuelen, ya secas las alas, multicolores, ojalá ya bien provistos de lo que el padre pudo dar en términos de convertirlos en seres libres que puedan pensar y actuar por sí mismos, con autonomía y sin ningún tipo de sojuzgamiento de nadie y de nada.

Pues ahora me toca vivirlo en estos dos días que hemos pasado aquí yo en medio de mi luto, porque mi última hija se va. 

No me atreví a realizar actos públicos ayer, incumplí uno, Gobernadora (del Chocó, Nubia Carolina Córdoba), que era muy importante, pero no tenía mucho la fuerza para pararme delante de un auditorio y hablar cuando mi corazón estaba llorando. 

Mi hija ha sufrido persecución psicológica, no entiende a su corta edad cómo a través de las redes, en las esquinas de las calles, en algunos lugares, así como ya pasaba con el fascismo italiano en aquella película que se iba apoderando de la violencia, la calle, la esquina, la taberna, donde se tomaba vino y se hablaba de revoluciones; que se iban llenando las calles del miedo y del terror, que producía el silencio, que el pensar rebelde era perseguido por donde fuera para que al parecer no pudiera juntarse con la voz del oprimido y volverse fuerza y revolución, como esa vez también Colombia lo ha vivido por mucho más tiempo, por generaciones enteras, 75 años que estamos en una guerra violenta. 

Y sin ser ella culpable, Antonella, fue sufriendo más o menos las consecuencias de ese fascismo creciente en la sociedad colombiana, en sus clases pudientes, en sus clases medias altas, que no pueden entender por qué la prioridad de un Estado tiene que ser la de acercarse y abrazar al pobre, a la humilde, al negro, a la indígena, al campesino, al joven del barrio popular, a la mujer en general, porque esa es su prioridad antes que nada en el país más desigual de planeta Tierra, en las regiones quizás de las más olvidadas, en medio de esa desigualdad que al ser social es también territorial.

Mi hija Antonella, aprendiendo de su padre y de su colegio las ideas, sin que yo le indicara un camino preciso porque quería que ella lo escogiera, iba leyendo ahí entre las redes, oyendo en las esquinas en su colegio de sus compañeros porque sus padres les enseñaban ese tipo de ideas, iba sintiendo la persecución permanente, diaria, teniendo apenas 11, 12, 13 años, apenas respirando los nuevos aires del vivir, apenas preparándose para volar del nido, sentía el fascio, el pensamiento oscuro sin razón, la irracionalidad por encima de todo atacando hasta en sus hijos propios las personas que hemos decidido no callar, no arrodillarnos, ser libres y batallar una y otra vez hasta ganar a pesar de las derrotas, y volver a pesar de la derrota a batallar para intentar ganar, ganar, ganar el poder del pueblo, la justicia. 

Mi hija decidió irse y es la última que tenía, y realmente estoy triste, vacío, desolado. 

La esclavitud, el peor horror de la humanidad


Sin embargo, quise venir por mi compromiso para posesionarla a usted, Defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz, aquí en el Chocó que significa mucho. Tenía ayer un discurso preparado ante la Corte Suprema de Justicia, creo que iba a ser un bonito discurso, lo había pensado porque en un mismo sitio, de una manera condensada en una institución del país, la Corte Suprema de Justicia, por la Presidencia de un hombre negro que hoy tiene esa corporación magistrado Chavera (Gerson Chaverra Castro), conservador él, poco afín a mis ideas, creo.

Pero que allí al querer hacer él el acto en Quibdó, su ciudad de donde son sus ancestros, que si se recorren hacia atrás en la historia seguramente encuentra las cadenas la esclavitud. La esclavitud, quizás, es uno de los peores horrores que ha vivido la humanidad antigua, antes de los pueblos derrotados surgía, pero revivida de una manera tan anacrónica en la modernidad misma cuando empezábamos a hablar de libertad, igualdad y fraternidad, consigna revolucionaria francesa de la que somos hijos.

La República de Colombia se debe y es hija de esa consigna y esa bandera ondeada en todo el mundo como una nueva perspectiva para los pueblos oprimidos para los siervos de la tierra, para los peones, para las parias de la tierra. Como dijera el poeta: libertad, igualdad y fraternidad.

La palabra libertad cuando llegó aquí, como no podía ser tan entendida, como no podía ser tan querida, como no podía desatar tantas pasiones a su favor cuando en cualquier esquina de nuestras ciudades de aquel entonces, Cartagena, Popayán Santa Fe y otras, en las esquinas se vendían los seres humanos encadenados, hombres y mujeres traídos a la fuerza por centenares de miles de sus tierras, de sus lugares, separados a la fuerza de sus hijos, de sus hijas, de los lugares que amaban, de sus pájaros, de sus animales, de su manera de vivir, de su cultura a la fuerza y sin ningún derecho que lo pudiera permitir, trasladados a los barcos del hambre como si fuesen animales de trabajo para venir aquí a llenar de codicias, los bolsillos de quienes dominaban estas tierras que aún hoy dominan.

La esclavitud: de eso quería hablar ayer, y me atrevo a hablar hoy, como una de las peores ignominias de la humanidad, de millones de personas condenados y condenadas perpetuamente a través de sus propias generaciones a entregar sus hijos y sus hijas a ser esclavos, a no tener voluntad, a ser llevados como filas entre cadenas hacia el trabajo que iba a enriquecer a otros, sin ideas, sin la posibilidad de expresarlas, sin ser hombres o mujeres condenados a un inframundo de la humanidad en donde su condición de ser seres humanos, de ser personas, se les negaba. 

Qué bonito que sea desde un tribunal altísimo de la justicia, la Corte Suprema de Justicia, en un lugar creado por esclavos y esclavas que se liberaban a sí mismos porque como todo deber del ser humano anteponían ante cualquier riesgo, ante la posibilidad de la muerte, ante cualquier temor, el principio básico de ser libres, emancipados, así se construyó el Chocó, el Litoral Pacífico colombiano, así se edificó el primer territorio libre de América de toda la América. 

La palabra libertad creció en un punto de seres humanos negros y negras, entre sus tambores, entre sus bailes, entre su frenesí, entre su poderío cultural se acuñó la palabra libertad en Colombia. Allí al Palenque de San Basilio, lugar donde hace poco fui a abrazarme con sus descendientes para ver si el calor de sus cuerpos, de sus abrazos, me permitía llenarme de la fuerza transmitida para seguir batallando por la libertad, por la dignidad del ser humano en Colombia. 

Bolívar hizo eso en sus tiempos de juventud, expulsado de Venezuela, de su tierra, de sus seres queridos, de su negra grande, Tomasa, de su amor que había enterrado definitivamente porque no había sobrevivido desde la España el vértigo de la diversidad natural de nuestros países, enterrado su amor alejado de él, ya triste pero rebelde, llegó por estas tierras allá en Bolívar, el Gran Bolívar, la gran ciudad de Cartagena que era la entrada de los esclavos a Colombia, y llegó a los lugares donde un Libertador primero, no sé si más brillante, no sé si más audaz, no sé si más guerrero que lo antecedió y cuyo nombre es silenciado en la historia oficial de Colombia, porque de eso no se cuenta a nuestros hijos e hijas: ¿Cómo fue que nos fundamos realmente como República? Benkos Biojó, el Libertador de color negro, como negra era el color de José Prudencio Padilla, el que hizo la batalla definitiva por la Independencia de Colombia allá en Maracaibo, destruyendo lo que iba a ser la segunda reconquista y el Ejército más grande que había visto el mundo buscando mantener la esclavitud y las cadenas en nuestra tierra. 

Benkos Biojó y José Prudencio Padilla


José Prudencio Padilla, hijo de negro y de indígena wuayúu, propiamente un colombiano de la Colombia profunda, hombre de mar que se supo alistar en las grandes Armadas del mundo y estar en sus batallas, como la de Trafalgar, y cayó preso a órdenes de reyes en ese entonces pero donde todavía empezaba ya a gravitar en las clandestinidades del maredamen de los barcos entre libros prohibidos y palabras que se querían callar y silenciar, libros que llegaban de la Europa entre las maletines de los marineros árabes, también derrotados, también excluidos, las palabras revolucionarias que decían que había llegado una época de libertad, de igualdad y de fraternidad, para todo el mundo.

Claro que cuando llegaron esas palabras aquí fueron leídos por los negros y las negras, o escuchados si no sabían leer, de quienes se atrevían a lanzar un discurso en alguna esquina de algún pueblo hablando de libertades, hablando de igualdades, hablando de seres libres que no tenían por qué arrodillarse ante un poder monárquico, que no venía de ningún dios sino de la desigualdad real de la historia de los hombres y las mujeres. 

Allí vuelto tambor que iba de pueblo en pueblo vuelto rebeldía, ante tambores que se iban volviendo pueblo y corazón iba surgiendo nuestra gran lucha por la libertad que le enseñó al mundo como una vanguardia en la humanidad a construir una república con dignidad, a combatir con las armas por la libertad, a no dejarse aniquilar, a resistir en los campos como guerrilleros, como oficiales del Ejército Libertador que no se podía permitir que el hombre encadenado siguiera encadenado. 

La historia cambió de un momento a otro. A Benkos Biojó se le olvidó, no se le enseñó en las escuelas a los hombres que mayoritariamente fueron parte del Ejército Libertador de color cetrino, sin botas, descalzos, en alpargatas, sin camisa, los sin camisa, de colores negros y oscuros, los que hicieron la libertad de Colombia. Se les olvidó. Al general José Prudencio Mariscal José Prudencio Padilla lo fusilaron por negro. 

La rebelión haitiana, que es la revolución más grande de América, se le olvidó porque había sido hecha por hombres y mujeres negros que sabían levantar la misma consigna de los parisinos obreros y humildes pero que por ser negros no podían quedar en la historia universal, la enorme importancia que tuvo la revolución haitiana para la creación de la libertad de América, antes que los Estados Unidos, antes que la nueva Granada, antes que la gran Colombia, antes que los guerreros llevando las banderas de la república, ondeando por los campos y los Llanos surcaban los territorios de nuestra América los negros, como Benkos Biojó, en Haití, y hablando francés y sus idiomas propios, le enseñaron a la humanidad la importancia que tenía el que se acabara la esclavitud definitivamente, el que hubiera libertad como condición del ser humano. 

Los generales negros republicanos le dijeron a Bolívar ‘le ayudamos con todo el corazón, no tiene que pedirnos nada a cambio por nuestro deseo de libertad, queremos que usted, guerrero, se lleve estas armas, estos barcos y desembarque en el continente, y la palabra libertad sea por todas las esquinas y no haya hombre o mujer negra que siga siendo esclavo en nuestra América’. Ese fue el compromiso, por eso nos libertamos en Colombia, nos emancipamos en Colombia

Libertad e Igualdad incumplidas


Y como se ha vuelto repetitivo en la historia nacional, incumplimos, mentimos, traficamos con la palabra, la vendimos, y no fue cierto que, al construir nuestra República, ya victoriosos, liberáramos a los esclavos. 50 años siguieron de esclavitud en nuestro continente. Nuevas luchas, nuevas ideas, nuevos seres humanos, como el general José María Melo, el último oficial del Ejército Libertador, después de que se decretara el fin del Ejército, porque había cometido el pecado de aliarse con los obreros en Santa Fe de Bogotá, y había cometido el pecado de apoyar en que en Colombia un Presidente indígena, por primera vez, gobernara los destinos de la patria, llevándola hacia la consecuencia que traía el ser República, el ser una democracia, el permitir el poder del pueblo y no de las oligarquías. 

1850-51 hubo que esperar para acabar con la ignominia, y aun así los grandes jerarcas antioqueños, dueños de esclavos, ellos blancos, hijos de españoles, los del Valle del Cauca, los de Popayán, de pieles absolutamente tersas, de las que se sentían orgullosos, porque como después un Hitler lo repitió de manera tan bárbara en la humanidad, se creían la estupidez, el irracionalismo de pensar que por tener la piel tersa y blanca, eran la raza superior, y que tenían como designio divino, per se, por la eternidad, dominar el mundo, conquistarlo, aplastarlo bajo sus ideas, formatearlo bajo sus creencias, aplastando las creencias de los demás. 

Eso pasó en Colombia después de la República, sojuzgaron a nuestro propio pueblo, la palabra libertad fue una mentira incumplida, la palabra igualdad ni se diga hasta el día de hoy. Hablar de igualdad en Colombia suena a subversión, suena a algo satánico, prohibido por la Biblia. Hablar de igualdad suena a rebeldía, como hace dos siglos.

Hablar de igualdad que es tan indispensable para que pueda existir la humanidad, suena a sacrilegio, suena a palabra atroz, suena a palabra prohibida. La palabra igualdad no se puede pronunciar en Colombia, porque los designios del poder son los de conducir de manera amañada, violenta, por el terror, por ese mismo principio de los fascios de Italia, de los franquistas de España, de los nazis de Alemania, de imponer por la vía del miedo y de la mentira irracional el que los seres humanos puedan seguir siendo sojuzgados, vejados, violentados en nuestra propia patria, que vio surgir con esos mismos seres humanos los ejércitos de la rebeldía, los ejércitos de la libertad, las banderas gloriosas que luego se escondieron y se enterraron, porque no le convenía a los oligarcas dueños de esclavos que querían dominar este país por la eternidad.

Y así nos condujeron a las violencias, no fue una la de la Independencia, no fue la de la guerra a muerte y de la bandera rojinegra que levantó el Libertador Bolívar y del Himno de esa época, que también se olvidó, ya no se escucha, que yo creo que deberíamos tratar de recordar, de recuperar en sus músicas y sus tambores el Himno de las guerreras de la libertad, que no es el actual Himno Nacional, sino que fue olvidado y tapado porque ese himno era hecho por hombres y mujeres negras, por gente humilde que había concebido en el centro de su corazón y para siempre que la lucha por la libertad, la igualdad y la democracia era la lucha esencial del ser humano en cualquier parte del mundo, en nuestra propia Colombia.

Incumplimos la esencia misma de la República y la esencia misma de nuestro origen, mancillamos nuestro origen, lo olvidamos, lo pisoteamos, nos volvimos peores que los enemigos que habíamos combatido, los jerarcas españoles del rey y matamos a nuestro propio pueblo. Lo condenamos a una violencia sin cesar, a una violencia permanente, que la justicia se haya reunido en Quibdó bajo la batuta de un hombre negro al que quise abrazar en el día de ayer, es muy simbólico. 

Poco entiendo de por qué los hombres negros puedan ser conservadores, no lo comprendo muy bien, pero son negros que se liberan y que hoy, conduciendo la justicia, pueden condensar casi que en un momento propicio de la historia como una negación de nuestro propio incumplimiento. 

Justicia donde hubo esclavitud, justicia dirigida por un hombre negro, justicia convocada desde los territorios negros, desde los territorios olvidados, porque como en el Chocó, el Litoral Pacífico, los sures del Caribe, los barrios pobres de nuestras ciudades, se generó una nueva exclusión, quizás más violenta que la misma esclavitud, quizás aún seguimos siendo esclavos, las cadenas físicas se rompieron, pero quedaron las cadenas del alma, construidas una y otra vez a través de los medios, de la desinformación, a través del terror, de la masacre, de la muerte continuada en los campos y ciudades, enseñándole, como decían los fascios al pueblo, a ser dominados, a ser rebaños, a ser sojuzgados, a no pensar en la palabra libertad, mientras se tiene hambre, a no pensar en la palabra igualdad, mientras no hay que llevarle a los hijos la comida, a no pensar en la palabra solidaridad, cuando nos van asesinando de a poquitos uno a otro en los campos y ciudades de Colombia. 

Ayer quería hablar de estos temas en Quibdó, Gobernadora, pero podemos hablarlo en Nuquí, hermosa tierra de negros y de negras, en el territorio olvidado del Chocó, en los territorios de las negritudes y de los indígenas que resistieron, a pesar de todo riesgo y calamidad, a pesar del hambre, a pesar del hambre, a ser libres. 

Una República de seres libres e iguales


Esa convocatoria hoy, cómo debería resonar en el corazón de cada colombiano y colombiana, a pesar del hambre, ser libres, como los cartageneros que se morían de hambre, antes de arriar la bandera de la libertad. El hambre no es la excusa para dejarnos, llevarnos a la esclavitud. El terror, la mentira, no es excusa. 

El deber de todo ser humano, su principio esencial, es ser libre, espíritu libre. Estas esclavitudes de hoy tienen otras cadenas, tienen otras poblaciones que quedan sujetados por el dominio de la férula del látigo, hombres de a caballo con el látigo, pegando en las espaldas, aún existen hoy, y son hombres. Y a quienes le pegan es a las mujeres. 

La condición de la mujer en Colombia es una condición de esclavitud permanente, perpetua por generaciones. Se conducen a la madre, a las hijas, a las nietas, igual que antaño, a la esclavitud. A tener que obedecer al hombre en silencio, a servirle, a cocinarle, a lavarle todas sus inmundicias, a aceptarle todo lo que quiera. 

Es el señor de la casa, el que primero debe ser servido en la mesa, el que mejor tiene que comer, así no quede comida para el hijo o la hija, como pasa en La Guajira. El señor de nuevo, como era el señor de la Tierra, como era el señor del poder, ahora el señor sobre sus hijos, sobre su, entre comillas, mujer, sobre la mujer de Colombia. ¿Cuánto han vivido las mujeres de Colombia en estas décadas de nuestra historia? ¿Han visto morir a sus seres que amaban, a su hombre lo han destrozado en alguna masacre, en alguna esquina? No llegó a la casa, no porque se hubiera ido de festín, sino porque cayó bajo las balas cuando quería llegar a la casa a abrazar a su hija y no pudo, porque era un líder obrero, porque era un hombre de izquierdas, porque era un ser libre. 

Cuánto han vivido las mujeres en la historia de Colombia que han parido sus hijos que después destrozan en la guerra, bajo una bomba, que no mira a quién, o en una trocha vestidos del uniforme que sea, jóvenes, hijos de madre, que terminan en los cementerios o en las fosas comunes por decenas de miles. ¿Qué pensarán las madres de los 6.402 fusilados con armas oficiales para hacerlos parecer como guerrilleros dados de baja? ¿Qué pensarán las madres que sobrevivieron las masacres si es que no murieron en ellas? En esas regiones donde el desplazado se vuelve voz común y corriente en los barrios populares, los desplazados como los desechables, como los parios de la tierra. La enorme crisis humanitaria, bien lo decía Iris, que se condensa en la crisis humanitaria sobre la mujer en Colombia.

La mujer en Colombia es esclavizada y vejada porque no hemos sido capaces de cumplir la promesa revolucionaria de 1810, de 1819, de construir una República democrática de seres libres, iguales y solidarios. No hemos sido capaces hasta ahora. Quizás este Gobierno empiece a marcar la diferencia, eso espero.

Una terna de mujeres


Y por eso quise Iris, que la terna para la Defensoría del Pueblo fuese de mujeres. Quién más puede defender al pueblo de Colombia de sus vicisitudes, de su desprotección permanente, si no son las mujeres las que tienen que tomar las banderas que dejamos a media asta, a media victoria. Medio victoriosas, medio ensuciadas de sangre, medio enlodadas por la traición. 

Las mujeres son las que tienen que limpiar esas banderas, rehacerlas, volverlas a coser, quitarle las heridas, bañarlas de amor y de besos, y levantarlas con la dignidad que muchos hombres no tuvieron. Levantar las banderas de una nación donde se respete al ser humano. 

La constituyente, episodio breve de democracia en Colombia, generó esta institución la Defensoría del Pueblo, para defender al pueblo, al humilde, a la voz desprotegida, a la mujer. 

Y por eso he querido que la terna, que por facultad constitucional se me atribuía para la elección, fuese toda de mujeres, para que saliera de allí elegida una mujer que le pudiera decir a todas las mujeres de Colombia, ‘llegó el momento de lavar las banderas de las traiciones y las heridas y las sangres, y levantarla para defender al pueblo, para defender sus derechos, para una nueva emancipación, para un nuevo ejército libertador, para unos nuevos hijos que cabalguen con las banderas de la libertad, permanentemente y victoriosamente’. 

Por eso usted es Defensora del Pueblo, Iris, y tiene una gran responsabilidad, porque es usted bandera en este momento. A veces le pesa a uno, cuando lo ungen los designios de la historia, las decisiones populares y dicen, ‘usted es, adelante, vaya de primero, asuma el riesgo, déjese tocar del pueblo’. Nunca lo olvide y nunca lo traicione, pero marche hacia adelante. 

Ahora a usted le toca, como mujer, como miembro de una organización de derechos humanos que para mí fue vital, porque como líder político me defendió, sin pedirle nada, sin llamarlos, de pronto llegaron, como por arte de magia, en momentos como el de hoy y el de ayer, en donde me sentía enano, ante el poder aplastado, derrotado, lleno de heridas, de los golpes y la tortura, acongojado en mi alma, como si no hubiera otro futuro y ya se me hubiera acabado a los 24 años de edad, llevado a la prisión, por militares que no sabían del derecho, condenado simplemente por pensar y por decir lo que pensaba y por ser rebelde, por no querer quedarme en silencio ante la injusticia, que de joven aprendí, a tratar de derrotar una y otra vez, en cualquier esquina, en cualquier lugar, repitiendo quizás lo que me había enseñado el Che Guevara, de que un revolucionario no puede soportar la injusticia en cualquier lugar del mundo donde se provoque, y allí donde sea, tiene que levantarse, sea en propia tierra, sea en tierra ajena, sea en pueblos extraños, no silenciarse ante la injusticia. 

No se puede callar ante la injusticia


Usted es la Directora ahora de la institución que no se puede silenciar ante la injusticia, que no puede ser traficada en politiquerías, en transacciones oscuras, que tiene a través de cada uno de sus empleados y empleadas que saber a ciencia cierta que ese es el espacio dentro del Estado del pueblo, que allí están sus esperanzas de defensa, que puede ser judicial o no. 

No hay pueblo más desprotegido en el mundo que el pueblo de Colombia, porque su Estado, el que creó él mismo, que debería ser su protector, se convirtió en su verdugo y asesino, un Estado asesinando al pueblo, torturándolo, masacrándolo, vejándolo, como si no supiera que su origen mismo es el pueblo mismo, como dice el Himno Nacional y como decían nuestros libertadores, un Estado que asesina y entre más asesine, entonces tiene que haber más defensores y defensoras, porque como yo aprendí desde chiquito, no nos podemos silenciar ante la injusticia. 

Siempre tiene que brillar la palabra y la denuncia, el sirirí permanente que me enseñaron las mujeres, hasta lograrlo, de tanto y tanto batallar y hablar y hablar, lograr el objetivo, que no es más que el objetivo de la justicia para los seres humanos en Colombia, para que no haya más masacre, para que no haya más sangre derramada de pobres, para que no haya más jóvenes torturados simplemente porque son rebeldes. 

Aún no hace mucho, un Fiscal le dio orden a todos sus Fiscales de al recoger en las cárceles a los miles de jóvenes que se habían levantado exactamente como el Libertador Bolívar a decir de nuevo que hubiese dignidad en sus barrios, en sus ciudades, en sus pueblos, tratados como rebaños, descuartizados en sus cuerpos jóvenes, violadas muchas de sus mujeres sexualmente por el Estado, sus ojos reventados porque les disparaban directo para ver que ningún otro joven, por miedo a perder su visión, su mirada del mundo, de la belleza, entonces se amedrentara para no protestar ante la injusticia.

Esos jóvenes somos nosotros también, esos jóvenes son Bolívar de nuevo resucitado en sus almas. Bolívar, decía el poeta, resucita cada 200 años y ha resucitado entre nosotros, entre ustedes mujeres que de nuevo la unan para que libre su batalla.

Esos jóvenes fueron llevados a las cárceles por miles, los mismos que hoy hipócritamente hablan de Venezuela y de dictaduras allá, multiplicado por tres lo hicieron en Colombia hace tres años. ¡Hipócritas! Ven dictadores afuera pero no ven su propia dictadura y su propia podredumbre adentro. Bueno los jóvenes que protestan allá, pero malo los jóvenes que protestan acá, las periodistas del poder, las muñecas de la mafia, construyeron la tesis del terrorismo en la protesta y la criminalización del derecho genuino a protestar y a decir ¡basta!​

Ahora le toca a usted, Defensora, defenderlos contra ese Fiscal de la ignominia, de la ignorancia, de los que creyeron que, por ser hijos de papi, mami y estudiar en la misma universidad, tenían el privilegio de dictaminar las decisiones sobre nuestro pueblo y condenarlo a la injusticia. Hay que deshacer el entuerto, como decía el Quijote de la Mancha: ‘Por el camino voy deshaciendo entuertos, cabalgando mi rocinante, llevándome aldaba y mi lanza y con mi escudero al lado para que no me pase nada malo, puedo ir por todos los rincones del mundo cabalgando, deshaciendo los entuertos de la injusticia’. 

¡Qué libro tan revolucionario ese!, no era sino juntar el Quijote de la Mancha Errante y Rousseau y teníamos la tesis fundamental de nuestra propia libertad. Los colombianos nos hemos dividido entre Quijotes que aún cabalgamos y los que quieren matar a los Quijotes, silenciarlos. 

Un ejército de Quijotes me soñaba yo en Colombia, y creo que lo logré: 11 millones y medio de Quijotes buscando deshacer los entuertos que ha sido la historia de Colombia. Ganamos los Quijotes por primera vez y ojalá que esos Quijotes puedan volver realidad su misión como caballeros que es deshacer los entuertos de Colombia. 

Ahora usted es Quijote, ahora usted es Bolívar, ahora usted es La Pola y Manuelita, la guerrera, así que ese trabajo y ese empeño por estos años le corresponde a usted y ojalá lo pueda desencadenar con toda la bravura que se necesita para defender al pueblo de Colombia.

Yo de aquí me retiro un poco acongojado por mi pena, que superaremos, porque me toca decirle a mi hija ‘buen viento y buena mar’. 

Gracias.

(Fin/aga)