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Discurso

Palabras del presidente Gustavo Petro Urrego durante el evento ‘Tierras para la reconciliación’, realizado en Montería (Córdoba)

Foto: Juan Diego Cano - Presidencia

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​Entre fandango y porros podemos construir una nueva Colombia democrática, justa y en paz: presidente Petro


Montería, 3 de octubre de 2024


Indudablemente hoy es un día especial, difícil de abarcar, incluso de entender por algunos y algunas. La última vez y primera vez que vi en físico al señor Salvatore Mancuso fue en la plenaria de la Cámara de Representantes del Congreso de la República. Estaba muy elegantemente vestido.

Lo aplaudían senadores y representantes a la lata, como dicen por ahí. Y yo me atreví a pararme y hablar. Ese discurso fue censurado. Es difícil encontrarlo. Pero expresé lo que pensaba de ese proceso de paz. Lo que dije en su momento era que no me parecía un acuerdo de paz entre enemigos, sino que más bien me parecía una alianza político-militar.

Y me dediqué, ahí, en los años aquellos a descubrir los nexos entre la dirigencia política del país y lo que se llamaba en ese momento el paramilitarismo que había asolado a Colombia. Hoy nos volvemos a encontrar. Han pasado varios años. Más o menos 17 años, algo así; 19 años.

Y la situación para todos aquí, para usted y para mí, es completamente diferente. La historia, como alguien dijera, un filósofo, fluye en medio de sus contradicciones. Pero la historia siempre fluye.

Y un poco el liderazgo consiste en entender más o menos para dónde va esa corriente de agua que se desplaza entre los dedos, que nunca se volverá a tocar dos veces, decía. Nunca jamás se repetirá la historia. Si se repite, decía alguien, dejará de ser tragedia y comenzará a ser comedia.

Estamos indudablemente en un país que ha cambiado, que es diferente, no ha solucionado sus problemas. Siempre habrá problemas, como en toda sociedad humana, como en todo ser humano. Pero afrontar los problemas es la dinámica de la persona, del ser humano, de la comunidad, desde que estábamos en la cueva.

Alguien me dijo que no es hace un millón de años, sino hace 300.000 años. Pero desde entonces resolvemos problemas. Y estamos aquí, hoy, como seres humanos en este planeta, porque hemos resuelto problemas.

Y la resolución de esos problemas siempre ha sido, colectivamente, siempre ha sido ayudándonos. No es que apareció el mago y resolvió el problema por aquí y ya, no. Siempre, en medio de la cueva, alrededor de la hoguera; siempre, a la vera del camino, en la encrucijada; siempre, quizás debajo de un palo de mango, como dicen, se sentaba el ser humano con otro, con otro, con otro, mujer, hombres, a pensar cómo solucionar sus problemas inmediatos y concretos.

A veces que se había acabado la comida, a veces que el gran animal que se cazaba ya no pasaba, a veces que el pez ya no estaba en el río, a veces que había que emigrar y caminar hacia otro lugar, nómadas, hasta encontrar la comida para las crías. Porque siempre el primer objetivo era encontrar cómo esas crías podrían mantener sobre el planeta Tierra la especie humana; resolver problemas.

Y yo creo que nos corresponde aquí, 19 años después, resolver unos problemas en la sociedad colombiana, resolverlos ayudándonos. Quizás el error de la historia de Colombia ha consistido una y otra vez, precisamente, olvidando que fluye en aplastar a unos en privilegio de otros. Aplastaron a los indígenas, todos lo sabemos.

Vengo de México, donde una presidenta se atrevió a decirle al rey de España que no era bienvenido. Quizás este rey no tiene la culpa, pero la simboliza. Y nunca ha habido una excusa pública de ese aplastamiento de civilizaciones enteras, una de las cuales la civilización zenú. Y por ahí comenzó el aplastar y el aplastar al ser humano, incluso a orillas del río Sinú. Aplastaron a los esclavos que traían a la fuerza cuando eran libres en el África. Y los aplastaron aquí cuando habían perdido su libertad por décadas, por siglos enteros.

Le iban diciendo tú y tu esposa y tus hijos y tus nietos y tus bisnietos hasta el último día serán esclavos. Y creyeron que aplastando así a un ser humano no habría rebeldía. Y rebeldía fue lo que hubo en estas tierras.

Nadie se deja aplastar. Nadie se deja aplastar. Decía, precisamente, vengo allá de México, entonces estoy un tanto inspirado.

Decía Zapata: sí, quizás algunos eligen ser gusanos y dejarse aplastar. Pero la mayoría queremos ser águilas y no dejarnos aplastar nunca. Y el pueblo de Córdoba no se deja aplastar.

Tiene una historia un poco diferente a la historia general de Colombia. Algo específico, todas las regiones de Colombia la tienen. No somos un solo pueblo homogéneo. Somos el pueblo de la diversidad. De ahí nuestras culturas, nuestros acentos, nuestras comidas, nuestros gustos. Vienen de historias diferentes.

Y hemos venido aquí a conjugarnos como se cruzan las sangres, como se cruzan los ríos, precisamente, que fluyen cada vez para aumentar y lograr un río más grande. Hemos venido a construir la historia de Colombia. Aquí, con las migraciones recientes y las antiguas.

Aquí, con los árabes en nuestras venas, y no los de ahora, sino los que llegaban en las carabelas por primera vez a la costa Caribe. Aquí, con la sangre de los esclavos que se liberaron. Como aquí cerca, en San Basilio, con Benkos Biohó, desde Cartagena.

Y aquí con el campesinado que decidió tener la tierra. Porque esta tierra es fértil, de las más fértiles del mundo. Porque estamos en un valle de fertilidad tal como los egipcios. Lo tenían con su río Nilo y otras civilizaciones del mundo.

Tenemos una ventaja, y es que ese río da al mar. Y a veces no nos hemos preguntado, ¿y qué hay más allá del mar? No tenemos montañas grandes a nuestro alrededor.

La lucha campesina en ​Córdoba

La vista se puede perder en el horizonte, y cuando la vista se pierde en el horizonte se exhala un suspiro y se siente libertad. Por eso aquí comenzó la lucha campesina en Colombia. Y quizás Salvatore, usted no lo conoció, a lo mejor, no sé.

Esos profesores de la Universidad de Córdoba lo enseñaban. A las juventudes de Córdoba, estudiantiles que yo conocí porque como joven llegaba aquí a Ciénaga de Oro. Y a veces no entendía por qué llevaban bajo su brazo las cinco tesis filosóficas de Mao Zedong. Y me sorprendió.

Y yo creo que no estaban equivocados. Porque en lo que estaban pensando esos jovencitos y jovencitas es que la tierra del Valle del Sinú debería ser del campesinado, de los indígenas que habían poblado estas tierras y de los esclavos que se habían libertado.

Y ese tipo de pensamiento que algunas élites consideran es subversivo resulta que influyó en un paisano suyo y mío. Lo conté en Tierra Alta. Uno que llegaba en un barco por ahí, quizás a Cartagena, quizás a Tolú, quizás a Panamá, que era nuestro, y que era anarquista de pensamiento y se llamaba Vicenzo Adamo.

Y él creó la primera casa obrera en esta ciudad. Y allí fueron los campesinos de la plaza de mercado que él, a grito pelado, convocaba para las nuevas ideas del mundo y le llegaban entre ellas una Juana Julia Guzmán, un 'Boche' Hernández. Y 'El Boche' fue asesinado por los hermanos Láchar; Cazado como se cazan las zorras, a caballo ellos, él corriendo, escapando del látigo y la escopeta.

Yo creo que ahí hay un episodio de la historia de Córdoba que no podemos volver a repetir. Porque Juana Julia Guzmán hay por doquier, en el departamento de Córdoba. Cada mujer de Córdoba es una Juana Julia Guzmán que pide a sus vecinas reunirse para luchar por la tierra. Y quizás no haya muchos Vicenzos Adamos, quizás la historia de la migración italiana aquí tuvo una bifurcación como la historia misma de Italia.

Usted, parecido a Mussolini, la verdad, y Vicenzo Adamo pidiendo la anarquía. En estas mismas tierras, quizás yo mismo gritando y cantando la Bella ciao. A usted le tocó el papel de Mussolini a mí el de la Bella ciao.

Hay mucha gente en Colombia que no sabe qué significa cantar la Bella ciao. Yo le invito a usted a dejar el papel de Mussolini definitivamente y cantar la Bella ciao. Por la libertad, dicen. Por la libertad. Porque al final, fluida el agua de la historia, aquí volvemos a unos términos que hay que resolver en el departamento de Córdoba. La tierra, la democracia, la justicia social para encontrar la paz.

Paz, para que nunca más la sangre de un joven, de un viejo o de una vieja vuelva a correr por estas tierras. Paz para que sepamos ayudarnos ante los problemas, los actuales y los que vendrán con seguridad. Los que vendrán van a ser difíciles, porque si no se hace nada en el mundo, veremos convertir este valle fértil en un desierto.

Y no dependerá de la gente que esté aquí. Veremos cómo la gente joven se va buscando el agua cuando tanta agua tenemos a nuestro alrededor. Veremos cómo se queman las tierras y los ranchos, ya no por obra de la mano humana, sino por el calor.

A menos que sepamos cambiar las cosas hoy, no solo en Colombia, sino en el planeta entero, allá donde las chimeneas, por la riqueza de sus sociedades, están expulsando el CO2. Esas luchas globales hoy se juntan con unas luchas locales. Van de la mano y nos presentan unos problemas que tenemos que resolver.

La tierra para el pueblo cordobés. Yo no estoy diciendo expropiar. Yo no estoy diciendo venir con las manos armadas a quitarles la tierra a quienes la poseen, sino hacerla producir y entregarla al campesinado.

Yo estoy hablando de un acuerdo, incluso de un Acuerdo Nacional, porque no es sólo en Córdoba donde existe el problema de la tierra. La tierra tiene una función social, decía la Constitución del 86, y la Constitución del 91 lo repite. ¿Cuál es la función social de la tierra?: Producir alimentos para los seres humanos.

Quizás materias primas para otro tipo de productos. Tiene una función para la sociedad. No se trata de tener la tierra por tenerla. Eso es feudalismo. Eso es vasallaje. Eso es lo más atrasado que una sociedad, hoy en el siglo XXI, podría levantar como tesis.

No se trata de acaparar la tierra. No sirve para nada la tierra pelada. O una vaca cada hectárea, o cada dos hectáreas, o peor aún, como en la selva amazónica, una vaca cada cuatro, cada cinco hectáreas, mientras se ha tumbado la mayor riqueza que hoy tiene la humanidad para defender su vida, que es la selva amazónica.

El río Magdalena no tiene ya peces. El río Amazonas ya no tiene peces. No me atrevo a hablar del río Sinú, pero indudablemente han disminuido los peces.

Está cambiando la naturaleza. Y es el momento de ayudarnos. Que la gente campesina tenga acceso a las tierras fértiles es fundamental para que Colombia no tenga hambre. Así de simple.

Que las tierras fértiles puedan ser también del campesinado de Colombia es fundamental para el desarrollo industrial, es fundamental para progresar. Cuando hablamos de una reforma agraria, de democratizar la propiedad y posesión de la tierra, estamos hablando de un camino para que avance la sociedad colombiana.

No del atraso, no de quedarnos quietos, sino de transformarnos hacia adelante. Porque podemos volvernos una potencia alimentaria para el mundo, tanto en los productos brutos que da la tierra con el trabajo humano, como en la transformación industrial de esos productos, a través de asociarnos, a través de ayudarnos. A través de ayudarnos con la naturaleza y no destruirla.

Claro que Córdoba tiene un camino ahí por delante. Y yo diría que todo el Caribe junto y todo el Magdalena medio junto. Si podemos caber en esta tierra, ¿por qué matarnos los unos a los otros? ¿Por qué matarnos con tanta barbarie y salvajismo? Ahí está el caso del señor Esteban, que acaba de ser asesinado, él de Sucre, por su mayordomo.

Según dicen, no me atrevo tampoco a subrayarlo, el mayordomo con los cómplices mata al señor Esteban con dos de sus empleados. ¿Y cuál fue el móvil? Parece que robarse el ganado. Matarse por la codicia cuando podemos caber todos aquí.

Reforma Agraria,​​ un instrumento de producción

Las tareas de la Reforma Agraria, claro que tienen que ampliarse. Claro que tenemos que llegar a cada municipio del departamento. Claro que tenemos que lograr un diálogo en donde la Reforma Agraria no asuste a nadie, sino que sea un instrumento de producción.

Muchísimos terratenientes han llegado a vendernos voluntariamente su tierra. Ahora bien, si la tierra es la base de la justicia social en el departamento y, por tanto, de la democracia, ¿qué papel pueden cumplir quienes en épocas pasadas decidieron el camino de la violencia? Es difícil.

Yo critiqué el proceso que ustedes iniciaron, que llamé de alianza político-militar con el expresidente Álvaro Uribe Vélez, vecino de estas tierras, porque también es propietario de ellas.

Ese proceso de paz terminó, en mi opinión, mal. A ustedes los extraditaron, no estaba escrito en el acuerdo de paz. Es decir, quienes los aplaudían considerándolos héroes, los senadores, los representantes a las cámaras, los grandes propietarios de la tierra en Colombia, los grandes empresarios del país, los cacaos, y ciertos medios los aplaudían como héroes, como salvadores, porque ustedes eran capaces de demostrar que a partir de la sangre podían extirpar la rebeldía, rebeldía de la gente más que de las guerrillas.

Esos mismos que los aplaudieron los pusieron en un avión encadenados, esposados, y se los llevaron a una justicia extranjera. Los traicionaron. Y la paz no se hace con traiciones.

La paz se hace con la palabra puesta sobre la mesa. Ahora observo a comandantes del ELN. Tengo en mi oficina la sotana del padre Camilo Torres Restrepo.

Nos costó meses para que medicina legal, a través de los procedimientos científicos de ADN, pudiera comprobar que esa sotana era la que se ponía un sacerdote revolucionario que quería cambiar a Colombia y que murió en combate, cuyo cuerpo no ha sido posible encontrar de nuevo.

¿Y a quién le entrego yo esa sotana? ¿La dejo en esa casa fría donde quizás llegue un verdugo de gobernante y la queme, desaparezca, porque significa rebeldía? ¿Se la entrego al ELN, que ya no sabe distinguir entre lo que decía el sacerdote hablando de amor eficaz y al cartel mexicano que de pronto llega a comprar las drogas? ¿O al pueblo que es el verdadero dueño de esa sotana del padre Camilo Torres Restrepo?

Pero antes de resolver a quién entregarle la sotana, ¿por qué esa palabra del amor eficaz no conmueve hoy al comandante de su propia organización en la cual participó? ¿Por qué no es posible hablar de paz? ¿Por qué no es posible resolver los problemas de manera conjunta y la desconfianza va llenando de odio y de venganza el cuerpo humano y lo vuelve inútil para la construcción de la paz, para la construcción de la sociedad, para la construcción de la historia de Colombia?

Y entonces la tentación de Pablo Escobar se vuelve más importante que la palabra y la indicación del sacerdote Camilo Torres Restrepo. ¿Ha hundido eso en la nueva violencia colombiana? Y no porque ya haya perdido en muchos sus banderas ideológicas, su razón de ser de épocas anteriores no significa que no tengamos que resolverla ahora porque puede convertirse, como lo vemos en el Medio Oriente, como lo vemos en otros lugares de la Tierra, en un obstáculo para construir una nación, la nación colombiana, la nación latinoamericana.

Resolver este problema de ahora implica ayudarnos, por eso lo nombré a usted Salvatore gestor de paz, para que ayude a la paz, sabedor que no puede usted ni nadie repetir lo que era el pasado, esto es diferente.

Quizás el Clan del Golfo lo han usado, lo han construido unos políticos como antaño para quedarse con los bienes que ustedes entregaron y para que esos bienes no pasen a la gente del pueblo, víctima a la cual el acuerdo de paz dijo estaban destinados. Eso nos pasó en Buenavista, un concejal era el poseedor de las tierras de 'Macaco' y de 'Cuco Vanoy', un concejal del pueblo al cual fiscales y autoridades habían permitido que poseyeran esa tierra.

¿Usaron el proceso con los paramilitares para que la tierra pasara de dueño no en mano de las víctimas, sino de unos cuantos politiqueros y politiqueras? El señor fiscal Francisco Barbosa se negó a dar la lista de los bienes de extinción de dominio de narcotraficantes, porque han pasado a manos de políticos, de familiares de los políticos y de familiares de los dueños del Estado, y por eso las dificultades que tenemos hoy para encontrar los caminos de la verdad.

De nuevo se quieren repetir la historia del despojo como si el pueblo colombiano no estuviera cansado ya del despojo. Pues yo sí creo que usted, Salvatore, el señor (Carlos Mario) Jiménez y el señor 'Jorge 40 o alias 'Jorge 40', todos tienen nombres de personas que hay que escribir aquí, como Rodrigo Tobar Pupo y otros.

Reactivación mesa ​​de paz con los paramilitares

Y lo propongo aquí al frente de mi pueblo de Córdoba, podemos reactivar la mesa de paz porque el proceso no ha terminado. Dado que no se han entregado los bienes que ustedes le entregaron a la justicia a las víctimas de la violencia, el proceso entonces no se ha terminado; quedó interrumpido.

Y para ello entonces le propongo instalar la mesa para finiquitar el proceso de paz que inició Álvaro Uribe Vélez con ustedes. Esta vez sin traición, esta vez sin miedo a la verdad, que creo que existía en esa época. Le tenían un pavor a la verdad, a las verdades en plural.

Esta vez, para que el benefactor de ese proceso sea el pueblo humilde, campesino en general, no solamente campesino de Colombia, para que pueda ser resarcido, resarcimiento, indemnización, es la antesala del perdón.

El cura me puede hablar de perdón, pero yo hablo de un perdón laico, usted me habla del divino. Hay un filósofo que habló de este tema que se llama el perdón social, un francés que nada tiene que ver con Colombia, pero por pronunciar su frase casi que quedó colgado en la prensa de Colombia, el perdón social.

El perdón social no es un decreto de ningún gobierno, no es una ley de la República, el perdón social no se da desde el púlpito, el perdón social se da desde el corazón de cada persona que integra la sociedad colombiana, empezando porque por el que ha sufrido, por la que ha sufrido, por la que ha llorado un hijo, un marido, la víctima.

El perdón social, decía ese filósofo, no puede aparecer porque yo lo quiera, sino que es un proceso histórico, es como una revolución. Perdón social y revolución van de la mano. Ministro, ¿usted qué puso esa frase tan bonita en rojo y amarillo, Dios mío? Revolución por la vida.

El perdón social es una revolución del alma, del espíritu, porque es una emancipación del odio, de la venganza. Cuando yo ya no odio, cuando yo no tengo ese impulso de vengarme, entonces mi corazón, a diferencia de cómo comenzó La Vorágine, quizás la primera novela de la historia de Colombia, no se lo gana la violencia, sino se lo gana la mujer, se lo gana el amor, se lo gana la vida.

Y hoy más que nunca la humanidad tiene que levantar la vida como bandera y como revolución, porque es por la vida que vienen, es la vida la que está en peligro y no la de uno u otro escondiéndose en un rancho, en una playa, escapándose del verdugo, el jinete que viene tras de ti, sino que es la vida de toda la humanidad la que está en peligro.

Y por tanto se impone la revolución por la vida por doquier, revolucionarios y revolucionarias de la vida. Pero esos revolucionarios no pueden tener venganza en su corazón, no pueden tener odio porque se negarían a la vida y por tanto es el entendimiento lo que tiene que encontrarnos, es la posibilidad de ayudarnos a pesar de la diferencia y a pesar del pasado. No podemos caer en el sifón del círculo virtuoso del odio tras el odio, de la venganza tras la venganza.

Al padre de Carlos Castaño lo mató las FARC y Carlos Castaño mató no sé cuántos comandantes de las FARC y así podríamos seguir en un sifón cada vez más uroclinado, pero hacia el abismo, hacia el fondo.

Así que reconstituir el proceso de paz con el paramilitarismo colombiano y finiquitarlo, llevarlo a un final que es de entendimiento y que debe tener una —en mi opinión— propuesta y hecho definitivo que es devolver todas las tierras.

Que hoy tengan testaferros, que hoy tengan políticos, que hoy hayan ocultado en las notarías, que hoy estén manos de otro tipo de organizaciones, devolvérselas al pueblo campesino que fue víctima de la acción para resarcir, para lograr el perdón social que como decía Jacques Derrida, dicen los franceses, se convierta en una nueva revolución para Colombia, la revolución de la vida y la revolución de la paz.

Voy a expedir esas cartas, espero que sirvan, nombrando gestores de paz a sus antiguos compañeros, para que nos ayuden en este proceso y encontremos los caminos del entendimiento y de la paz y la construcción de una gran nación que no vuelva jamás a encontrar en los episodios de la historia cómo se mata como Caín y Abel entre sí mismas, estúpidamente, tontamente, eliminarnos entre nosotros mismos cuando tenemos es que ayudarnos.

Y voy a hacer una carta también, cuando firma el presidente es un acto administrativo, recuperando la palabra rebelión y rebeldía. No porque sea ingenuo y piense que lo que hoy dispara en las montañas y en las trochas de Colombia sea la expresión de una rebeldía cada vez más inaudible, más inatendible, más escasa, porque la codicia ha sabido llenar de balas las trochas y las montañas de Colombia, sino porque bien vale la pena recuperar a quienes aún piensan que por rebeldía están en una montaña, así sean pocos, porque no debió desaparecer del léxico jurídico de Colombia la palabra rebelión con la cual a mí me juzgaron, reemplazada por algo que llaman terrorismo, que no nos ha ayudado a resolver para nada los problemas dramáticos de violencia de este país.

Ahí siguen las masacres, ahí siguen los líderes muriendo, ahí siguen las comunidades asustadas en las noches, ahí siguen los ranchos quemados, ahí sigue el control por las armas del corazón libre del colombiano y de la colombiana que no quiere esa represión ni ese control porque quiere ser espíritu libre y nosotros tenemos que ayudarles a ser espíritu libre.

Ambas cosas haremos hoy o mañana y esta vieja violencia de la cual yo fui parte, por rebelde y por terco; por terco llegué aquí a ser presidente, esa vieja violencia puede ayudar a resolver esta nueva violencia que ya no tiene la bandera de la ideología, sino la codicia en el centro de la acción. Mientras tanto el ejemplo es fundamental, la transformación del territorio y transformar a Córdoba, señor gobernador, alcalde, se nos vuelve fundamental.

Córdoba, como la región donde nació la rebelión, la rebelión campesina. Córdoba donde esa rebelión fue apagada a sangre y fuego de una manera bárbara y Córdoba donde pueda aparecer ahora el entendimiento y la construcción de una gran nación colectiva, donde todos quepamos y nos abracemos en un gran porro, en un gran fandango, que nos queme las manos apenas la vela, o nos queme el corazón de un relámpago de pronto que no se pudiera esperar por ahí, pero que no nos quemen más las balas ni los machetes, que no nos despedacemos más entre nosotros.

Entre fandango y porros podemos construir una nueva Colombia democrática, justa y en paz.

Gracias por haberme escuchado, muy amables.


(Fin/mha)